14 de octubre de 2011

El andaluz Kafka duerme la siesta




Tan simple como desear encontrase en el mañana una tarde de calor insoportable, el andaluz Kafka despertó con la inquietud de saberse único, una pasión de huida de todo aquello que lo cansaba hasta el hastío mas absoluto y la resolución de no contemplarlo más lo hizo posible.

Conectó el aparato de televisión, tan inexistente y virtual que de tan solo un botón se alimentaba, se rearmo al instante ante su vista. En las noticias de las tres el locutor hablaba con acento norteño, como siempre, en la serie la criada chascarreba alegremente en un zezeo constante, invariable, y más tarde en el horario de las golfas, sobre las cinco, estas desgranaban su último acto fornicador ,con cualquiera que tuviera la cartera rellena , en un esplendido seseo cadente y sinuoso; como solo las putas saben relatar.

El calor permanecía cuando observó la calle desde la ventana. Las brumas se levantaban del asfalto sinuosas, las personas correteaban de un lado a otro en un trajín que ya en otro tempo pudo observar amenazante, invadiendo su ciudad como aquellas de mas allá de la pétrea muralla en Despeñaperros y como los antiguos camiones atorados en las zanjas, los entes andaluces contagiados de este terrible mal permanecían presos de la prisa, presos de la prisa...

Todo había cambiado para seguir igual. Las tiendas de toda la vida, esas desconocidas en los barrios dormitorios pero que en el casco antiguo mantenían su pabellón, fueron fagocitadas por el consumo y luego vomitadas en formas de neutros cafés holandeses.

Le llegó a sus oídos las risas firmes de los de fuera; buscaban el edén perdido, como antes de su siesta, los bárbaros de más arriba saben como gastarse los cuartos. El andaluz del futuro es un tipo serio que no tiene putas ganas de reírse de nada, tal como era en el pasado, antes le servía de expresión diferenciadora de casi el resto de los suyos, pero en el mañana el gesto agrio es lo común.

El regusto de la manzanilla en el gaznate, la nostalgia de aquella arena en sus pies y el sabor de Gades en los labios quedaba diluido por el tumulto vulgar de aquellos que no conocen nada y se creen maestros de todo.

El andaluz Kafka del futuro quiso dormir la siesta de nuevo y volver a lo ya conocido pero con el sabor del antiguo, antes de sestear por lo menos guardaba cierta esperanza, pero ahora es imposible. No desvió su psique a miles de años de distancia, solo fue encerrado en un bucle atemporal y disperso de un presente continuo.

Atorado, cautivo como el camión a Despeñaperros en la cuneta de aquella carretera en invierno, añorando un verano de siesta de calor extrema.

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