21 de noviembre de 2013

El taxista filósofo y la mujer que huye


 

-Cuídese amigo del cantar de sirenas-, grita desde la ventanilla el taxista filósofo al viajante. Corre el pasajero hasta las puertas automáticas de la Terminal que ansiosas se lo tragan mientras se sujeta el sombrero, de aquellos de los que aún lo utilizan, de fieltro gris ladeado con gracia en un costado de la cabeza. Antes de subir al taxi no lo llevaba. 
  -Me gustan los tipos con sombrero- se dijo el taxista filósofo para si y enfiló los ojos en un nuevo pasajero.
La mujer remolca un maletita con ruedas del mismo color que su vestido; cortado en líneas hasta las rodillas, camisa blanca; el cabello negro recogido en un moño doble.
 -Lléveme a la zona este por favor. Rápido, rápido taxista…- con un sordo murmullo en la boca, se desmorona su voz en pequeñas partículas de sollozos, atomizadas en grupúsculos de quejidos muy pequeños y distantes, ahogados en pañuelos de usar y tirar, arrugados más tarde por la furia controlada de sus manos, olvidados estos de su cuerpo al tirarlos por la ventanilla y rejuntados de nuevo en el inconsciente de la memoria permanente. Donde van a parar los amores rotos, que son todos.
 Por el espejo retrovisor los ojos del taxista se enmarcan en alineación matemática con los vanos de sus gafas de sol y delante de estas, en el mundo no menos real de la realidad de fuera de los espejos, la mujer lo observa a él.
 -¿Le gustan los delfines? A todas las damas le gustan los delfines. No conozco a ni una sola que los deteste- , se pronuncia el taxista filósofo y se retrepa en lo hondo de la figura atómica de las bolas de madera de su asiento. Se halla en su universo personal, en el cosmos sutil de su taxi. Y todo aquel que encorve la testa al entrar por las puertas del taxi del taxista filósofo olvida, sin remisión pero con cierta pausa, las leyes naturales de la física terrenal. De tal modo a la mujer se le llenó el alma de luces.
 -Claro que me gustan , créame no tengo el día para hablar y menos de delfines, perdóneme. Sólo quiero que me lleve a la zona este lo antes posible.
 La mañana es de esas de las antiguas. Es una jornada infantil con esperanza de futuro, es uno de esos días de vacaciones, de sesiones matinales en el cine y de regreso a casa con pedazos de hierba cosida a los calcetines. La mujer mira por la ventana y un rayo de sol gemelo viola el cristal de la ventanilla: los hexágonos se disparan por todos lados en los colores del arco iris dibujados en su cara ; en el techo del taxi, en los asientos gastados por miles de traseros.
  El taxista filósofo encara la avenida rumbo al este y por el camino se abren las flores en invierno y el resto del tiempo transcurre en un silencio aceptado(los buenos taxistas saben cuando permanecer callados).
 La ciudad se queda muy atrás, se pierde en el horizonte transformándose en una línea borrosa trazada por lápiz de carpintero en su punta encarnada.
 -Cuando niño, llegué a pensar que este cuerpo que hora me lleva no era mío. Esta circunstancia me causaba gran angustia, miraba a mis progenitores como desconocidos me sentía, de cualquier manera posible, como un delfín fuera del agua. Los chamanes dicen que el alma se está asentando en esa extraña circunstancia que es el vivir – dijo el taxista a su espejo retrovisor donde se encontraba la mujer.
-Sé de lo que habla- respondió la mujer después de una sonrisa-. Me encuentro en una situación parecida. 
-No debe temer, pasará, su alma quiso escapar y no es el momento.
 Hemos llegado, la zona Este y allí está el puerto, no me lo dijo pero es lo que busca. Solo una cosa, cuídese del canto de los hombres.
-Lo haré, no le quepa duda- la mujer se hace un lío entre las correas de su bolso, las piernas, la maleta pequeña y la billetera.
 La carretera se corta de un tajo y abajo el agua. 
 El velero se balancea como un columpio cadencioso, la mujer embarca, el viento llena las velas : todo lo  ve el taxista filósofo por la ventana mágica del espejo retrovisor mientras voltea el letrero de “libre”.

1 comentario:

  1. Entró aire fresco en el blog. Desconozco si es de forma voluntaria o fortuita, pero con toda seguridad, aire nuevo en la habitación de kafka.

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