13 de abril de 2017

El último hombre bueno









  El vendedor me miraba sonriente mientras mascaba un enorme puro, el humo le salía por ambas comisuras en una suerte de malabarismo bucal que me tenía hipnotizado. Empecé a sudar, solo un poco, era una primavera audaz, finales de marzo y corría cierto fresco.
—¿Algún problema  sr.? No tenga prisa, es normal que no lleve toda esa pasta en efectivo, a no ser que sea un corredor de apuestas, ¿no lo es?…¿verdad? Odio a esos tipos, no sería yo el único santo de este jodido paraje que no juega pero a cosas de hombres, cartas y eso no esa mierda de peleles montados a caballo, que me cuelguen dos veces, una de ellas de mis santas partes si entiendo de esa mierda.
¡Caray sr. Thomson! busque en el bolsillo de la chaqueta ahí  llevan los de su clase el talonario. A mi me vale uno de esos, no soy remilgado.
 Efectivamente como me indicó el vendedor  en el bolsillo derecho estaba el talonario.
 Firmé por el importe, añadí un tres por ciento para aquel tipo decente, todo lo que puede serlo un vendedor de coches en los años cincuenta del siglo pasado. Me llenó el deposito hasta arriba, también me dejó una caja de cervezas en el maletero, estuvimos hablando el día antes sobre la calidad de la misma en aquella zona desprovista de otra bebida que no fuese agua turbia y Old Mountain, la cerveza local, de un lugar plano como la palma de mi mano. Al momento supe que lo había encontrado.
 Esa misma tarde nos emborrachamos en el único bar de Compromiso, allí el vendedor era un cliente muy popular. Su esposa era abstemia   por religión lo que le hacía a él casi abstemio, en ese estrecho margen nos encontrábamos. Me habló de sus hijos uno de ellos “un salvaje de cuidado”  el otro con posibilidades de “sentar el trasero en la universidad”, el salvaje resultó ser un mozalbete ataviado de granjero que nos recogió en la pick up junto a dos cariñosos dobermans, donde dormimos la mona en la parte trasera hasta llegar aun granero allí me despacharon para seguir durmiendo.
La señora May nos preparó el desayuno con resignación. No tuvo reproches para su marido salvo alguna mirada desvalida.
—Es como un crío, no me importa que se lo pase bien de vez en cuando, se lo merece. El alcohol destrozó a mi padre y a mi abuelo, compréndame.
—Le pido disculpas señora. La verdad es que…
—No diga nada, siéntese y coma.
 Eso hice y bien que mereció la pena. Henry se marchó a la tienda temprano, así que me encontraba en la cocina con la Sra. May y “el salvaje” que no abrió la boca en todo el rato, se limitaba a observar desde fuera por la ventana, agazapado, dispuesto a dejarme listo si se me ocurría alguna tontería con la sra. May.
—Se ve que la quiere con locura- señalé al chico con un delicioso bollito.
—Habla poco pero es trabajador. Él y Henry no se llevan muy bien pero dígale algo fuera de tono al vendedor de coches y lo tendrá encima de su espalda, no lo dude.
Mi marido dice que es usted contable.
—Así es señora, entre otras cosas.
—La tienda no marcha bien sr. Thomson, estamos ahogados en deudas. Pedimos un préstamo para la universidad del chico, Henry dice que es la única manera de hacerlo escapar de aquí. Esas cosas no se cuentan en el bar de Joe, y ni siquiera sé por que lo hago yo ahora ante un desconocido.
¿Le importaría enseñarme algunos libros de cuentas? Puedo darle algunos consejos.
Durante la mañana la Sra. May estuvo trayendo Old Mountains, creo que fue a comprarlas sabiendo de su desprecio por el alcohol  y libros de albaranes a partes iguales, al medio día ya tenía un plan de escape para la familia de Henry más o menos aceptable. ¿Por qué me tomé esta molestia? No sabría explicarlo. Añoro el contacto humano, es lo menos que puedo hacer por un hombre decente, aunque para encontrarlo tuve que llegar hasta aquí.

Enfilé el Mustang color azul, casi celeste, hacia la calle principal, más allá de ese punto se desparramaba la incógnita. Tonteé un poco con el dial de la radio, me topé con Jerry Lee Lewis esperando un meteoro que destrozara su piano.
—Y no olvide tomarse una a mi salud- gritó el vendedor. Por el retrovisor pude ver como le salía el humo de nuevo por las comisuras de la boca en una cara no muy alegre- no sé hasta cuanto volveré a vivir- señaló para arriba.

 Un último vistazo al espejo me hizo ver como Henry desaparecía en una nube, no de humo, si no de píxeles. Difuminados, fueron movidos, como polvo de colores por la brisa de marzo;  La Simulación  es ahorrativa.
¿Para qué mantener Compromiso, a la sra. May, a sus hijos, Henry y las Old Mountains si ya no se encuentran en mi campo de actuación?
 Al fin y al cabo yo no he estado en mi vida en los Estados Unidos de América y conozco algo del modo de vida de hace un siglo por las películas. 
Cuando empecé el tratamiento el psiquiatra lo explicó muy bien : "un Mustang azul , grandes carreteras, pueblos y ciudades; concretando , vidas  para que interactúe con ellas y espero por su bien que  encontrar   a un buen hombre sea más fácil para usted que  en este   lado"