El vendedor me miraba sonriente mientras
mascaba un enorme puro, el humo le salía por ambas comisuras en una suerte de
malabarismo bucal que me tenía hipnotizado. Empecé a sudar, solo un poco, era
una primavera audaz, finales de marzo y corría cierto fresco.
—¿Algún
problema sr.? No tenga prisa, es normal
que no lleve toda esa pasta en efectivo, a no ser que sea un corredor de
apuestas, ¿no lo es?…¿verdad? Odio a esos tipos, no sería yo el único santo de
este jodido paraje que no juega pero a cosas de hombres, cartas y eso no esa
mierda de peleles montados a caballo, que me cuelguen dos veces, una de ellas
de mis santas partes si entiendo de esa mierda.
¡Caray sr.
Thomson! busque en el bolsillo de la chaqueta ahí llevan los de su clase el talonario. A mi me
vale uno de esos, no soy remilgado.
Efectivamente como me indicó el vendedor en el bolsillo derecho estaba el talonario.
Firmé por el importe, añadí un tres por ciento
para aquel tipo decente, todo lo que puede serlo un vendedor de coches en los años
cincuenta del siglo pasado. Me llenó el deposito hasta arriba, también me dejó
una caja de cervezas en el maletero, estuvimos hablando el día antes sobre la
calidad de la misma en aquella zona desprovista de otra bebida que no fuese
agua turbia y Old Mountain, la cerveza local, de un lugar plano como la palma
de mi mano. Al momento supe que lo había encontrado.
Esa misma tarde nos emborrachamos en el único
bar de Compromiso, allí el vendedor era un cliente muy popular. Su esposa era
abstemia por religión lo que le hacía a
él casi abstemio, en ese estrecho margen nos encontrábamos. Me habló de sus
hijos uno de ellos “un salvaje de cuidado” el otro con posibilidades de “sentar el
trasero en la universidad”, el salvaje resultó ser un mozalbete ataviado de granjero
que nos recogió en la pick up junto a dos cariñosos dobermans, donde dormimos
la mona en la parte trasera hasta llegar aun granero allí me despacharon para
seguir durmiendo.
La señora May nos
preparó el desayuno con resignación. No tuvo reproches para su marido salvo
alguna mirada desvalida.
—Es como un crío, no me importa que se lo pase bien de
vez en cuando, se lo merece. El alcohol destrozó a mi padre y a mi abuelo, compréndame.
—Le pido disculpas señora. La verdad es que…
—No diga nada, siéntese y coma.
Eso hice y bien que mereció la
pena. Henry se marchó a la tienda temprano, así que me encontraba en la cocina
con la Sra. May y
“el salvaje” que no abrió la boca en todo el rato, se limitaba a observar desde
fuera por la ventana, agazapado, dispuesto a dejarme listo si se me ocurría
alguna tontería con la sra. May.
—Se ve que la quiere con locura- señalé al chico con un delicioso
bollito.
—Habla poco pero es trabajador. Él y Henry no se llevan muy bien pero dígale
algo fuera de tono al vendedor de coches y lo tendrá encima de su espalda, no
lo dude.
Mi marido dice que es usted contable.
—Así es señora, entre otras cosas.
—La tienda no marcha bien sr. Thomson, estamos ahogados
en deudas. Pedimos un préstamo para la universidad del chico, Henry dice que es
la única manera de hacerlo escapar de aquí. Esas cosas no se cuentan en el bar
de Joe, y ni siquiera sé por que lo hago yo ahora ante un desconocido.
—¿Le importaría enseñarme algunos libros de cuentas?
Puedo darle algunos consejos.
Durante la mañana la Sra. May
estuvo trayendo Old Mountains, creo que fue a comprarlas sabiendo de su
desprecio por el alcohol y libros de
albaranes a partes iguales, al medio día ya tenía un plan de escape para la
familia de Henry más o menos aceptable. ¿Por qué me tomé esta molestia? No
sabría explicarlo. Añoro el contacto humano, es lo menos que puedo hacer por un
hombre decente, aunque para encontrarlo tuve que llegar hasta aquí.
Enfilé el
Mustang color azul, casi celeste, hacia la calle principal, más allá de ese punto
se desparramaba la incógnita. Tonteé un poco con el dial de la radio, me topé
con Jerry Lee Lewis esperando un meteoro que destrozara su piano.
—Y no olvide tomarse una a mi salud- gritó el vendedor.
Por el retrovisor pude ver como le salía el humo de nuevo por las comisuras de
la boca en una cara no muy alegre- no sé hasta cuanto volveré a vivir- señaló
para arriba.
Un último vistazo al espejo me hizo ver como
Henry desaparecía en una nube, no de humo, si no de píxeles. Difuminados, fueron
movidos, como polvo de colores por la brisa de marzo; La Simulación
es ahorrativa.
¿Para qué
mantener Compromiso, a la sra. May, a sus hijos, Henry y las Old Mountains si ya no se encuentran en mi campo de actuación?
Al fin y al cabo yo no he estado en mi vida en los Estados Unidos de América y conozco algo del modo de vida de hace un siglo por las películas.
Cuando empecé el tratamiento el psiquiatra lo explicó muy bien : "un Mustang azul , grandes carreteras, pueblos y ciudades; concretando , vidas para que interactúe con
ellas y espero por su bien que encontrar a un buen hombre sea más fácil para usted que en este lado"
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ResponderEliminarBrutalismo:
ResponderEliminarhttp://www.robbreport.es/diseno/casa-brutale-arte-vivir-acantilado/