Me llamo Matheus Tao Romero. Ese no es mi
verdadero nombre, el otro es más vulgar pero ya casi no lo recuerdo, un nombre
sin importancia, de cuando las personas estábamos separadas y éramos millones,
ahora somos cientos.
Aquí en Compromiso tengo múltiples funciones:
tendero, agricultor, zapatero, padre de siete hijos, esposo de tres señoras y
dueño de una mula terca como ella sola, también soy conocido por mis funciones
eclesiásticas. Soy el Pater de Compromiso, cuido de las almas de estos pocos
pellejos llenos de huesos; los últimos Homo Sapiens del Universo o por lo menos
de este Universo pequeño, microscópico y ambivalente ubicado en una zona
terraformada de Marte. La iglesia no es nada particular, vivo en un anexo a la
misma y solo doy un responso al día, no me puedo quejar, los parroquianos
tampoco necesitan más. A veces cuesta que nos escuche pero no hay nada que la
oración no cure, no le queda mucho rebaño descarriado a quien devolver al redil…
Hace muchísimo tiempo, en la Tierra, ese
derribo, la humanidad se embarcó en la Singularidad, esto es un desarrollo exponencial e
irrefrenable de la tecnología, sus efectos se multiplicaron en
poquísimos años, nadie estaba preparado para eso.
Como era de esperar, nuestras creaciones, las
maquinas, tomaron control de todo lo controlable. Algunos humanos se fundieron
con ellas, llenos de la alegría que da el ser inmortal y mascota de Dios. Otros,
como nosotros, no tuvimos tanta suerte, aislados en Marte la evolución a
Transhumano nos llegó tarde. Aceptamos unos cuantos cargueros de inmigrantes: italianos
gritones, mexicanos pendencieros, asiáticos humildes (poquísimos) que huían de
la revolución Transhumana, inadaptados, conservadores, ecologistas (que risa)
al año dejaron de llegar y nunca más tuvimos señales de la Tierra.
Recogía bayas
marcianas (que ni son bayas ni tan siquiera marcianas, es una variedad de tubérculos
mutados) cuando el cubo se posó sobre mi cabeza. Al instante estaba a mí lado.
Digamos que Dios se me presentó.
El tipo en cuestión no se parecía en nada a
una máquina, la idea más cercana que tenemos de ellos, resplandecía como una
virgen al Ángelus, su piel era dorada y transparente, algunas esferas oscuras parecía
correr bajo ella por todo su cuerpo. Sin duda era un Dios, aunque esto suene a
herejía, tuve ganas de arrodillarme, de presentarme a sus pies.
Nunca me llamaron la atención los Singulares,
por cierto nunca vi uno en toda mi vida, hasta ayer. Sus naves (o lo que
quiera que Dios sea) en forma de cubo , silenciosas como lechuzas, atraviesan
de vez en cuando el horizonte rojizo, no sabemos lo que buscan ni lo que
quieren, tampoco nos importa, no nos molestan y nosotros, infelices , no
podemos molestarles.
No tuvo que
abrir la boca. Sus pensamientos llegaron a mi cabeza.
—No es posible.
Articulé esta frase temblando, el miedo no me
dejaba realizar movimiento alguno. El Singular no mostraba expresiones, algunas
esferas por dentro de su piel se
agruparon en la cabeza. El solo hecho de negarme a sus requerimientos me
hacía parecer un ratón perdonando a la boa que lo tiene por cena.
—Me gustaría,
créeme. No está en mi mano.-Repetí inseguro varias veces temiendo caer fulminado
por un rayo. Aquella presencia turbaba mis sentidos, miraba mi alma.
—A los mejor, con más tiempo, vosotros estáis más cerca, no necesitáis intermediarios. En aquel rostro sin cara pude leer una decepción increíble, miles de ojos , anteriormente humanos, me observaban desde dentro , el Singular llegó a postrarse de rodillas. Ninguna palabra pudo salir de mi boca en ese instante, sabía que era imposible, que nunca lo conseguirían y que eso les atormentaría el resto de la eternidad.
—A los mejor, con más tiempo, vosotros estáis más cerca, no necesitáis intermediarios. En aquel rostro sin cara pude leer una decepción increíble, miles de ojos , anteriormente humanos, me observaban desde dentro , el Singular llegó a postrarse de rodillas. Ninguna palabra pudo salir de mi boca en ese instante, sabía que era imposible, que nunca lo conseguirían y que eso les atormentaría el resto de la eternidad.
—¿Qué te
dijeron? , vienes blanco como un fantasma- me preguntó Anna mi querida esposa
la más amada de las tres, por ser la primera ( y también mi prima, siempre me
unió un vinculo especial con Anna.) , cuando le relaté lo sucedido.
—Quieren
conocerlo.
—¿A quién?
—A Él- señalé al
techo, me apunté en la cabeza arreglar una grieta, la temporada de lluvias se
acerca y seguro que da problemas.