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8 de abril de 2012

Un cuento Nimésico




Alto Giove by Farinelli on Grooveshark


Al salir de casa noté un cierto olor a podredumbre y cuando me contemplé, con asombro en la faz devuelta mi imagen por un escaparate, me percaté de la perniciosa sensación de muerte en mi cuerpo.

Todo yo era un amasijo informe de carne echada a perder. En cuestión de segundos empecé a descomponerme, me partía en mitades, en trozos que seguían el reguero de mis huellas en el asfalto.

Bamboleante y acaso somnoliento, victima de un sopor inmediato y apremiante me arrastre por entre los transeúntes, ajenos a mi aspecto que no a mi dolor. Notaba cierta sensación de desasosiego con los que me cruzaba. 

Querían ayudarme pero no sabían como. No sentía nada, podía moverme, dificultosamente eso sí, y aunque no sentía el piso transcurrir en entre mis pies si lo hacia el leve rechinar de los huesos rotos en la carne suelta.

La vida me rodeaba pero yo moría lánguidamente en esplendor. El frío había conservado mi cuerpo muy bien, casi intacto durante cinco meses oscuros, pero ahora las flores se abren, una nueva hornada de púberes se pasea subidas en plataformas imposibles, las personas desechan los abrigos, la carne viva revienta tras las esquinas y los animales copulan salvajemente. Este derroche de vida me entierra y agota, consume el poco liquido que conserva esta mortaja que llamo cuerpo.

-  Te veo decaído amigo.

El imbécil de Jun con sus sentencias irónicas, el peor de los encuentros.

- Estoy  muerto Jun ¡que esperas!
- Pues vive ¿Quién te lo impide?
-Tú me lo impides idiota, desvíate de mí y déjalo estar por una vez.

Jun se alejó. Con las manos en los bolsillos, revisando lascivamente a las jóvenes de arriba a bajo.

Me apoyé exhausto en una esquina. Tenia los ojos vidriosos, el calor me sofocaba, la angustia se transformo en sed; avasalladora y terrible, podría beberme un tonel de agua sin respirar, sin recobrar aliento.

Me sujeté con una mano a la pared adelantando a mi pierna , que separada ya del resto del cuerpo, por algún despiece debido a la putrefacción , quedó aislada , un ente aparte , una cosa expatría la cual en algún universo paralelo formó parte de mis entresijos.

Solté con pavor la mano del salvavidas de hormigón y decidí adéntrame en la acera arrastras como una babosa. Los detritus se agolpaban ante mis ojos, las manchas de aceite, los gomas de mascar y el orín a perro. Ese era mi nueva cosmología, mi apartado personal, mi sitio en el mundo.

Seco y marchito, aquella mañana de primavera, quedé postrado en el asfalto de la calle.

Cuando desperté una ola de frío helaba mi piel. La nieve se perdía eterna entre las rocas y el aullido del lobo hacia volar las gaviotas. El mar del norte, embravecido, rompía furioso partiendo en dos cascotes milenarios de piedra del acantilado.