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30 de abril de 2015

El Edificio. Parte II


 El proyecto de restauración iba tomando forma. A Roberto no se le concedió permiso para visitar in situ los niveles inferiores del Edificio, tenía que conformarse con fotografías, planos y hologramas. Estaba frustrado, y no solo por que necesitaba una toma urgente de catas, medición de las grietas y humedades, deseaba a toda costa presenciar el proceso de reeducación o como ellos quieran llamarlo. Roberto siempre estuvo al margen de la política, para un ciudadano “normal”  el estado, el líder de turno o el partido en el poder le resultaba baladí, teniendo cuidado de no meterse en asuntos turbios y siguiendo las consignas un ciudadano podría fumar tranquilamente un cigarrillo en frente de la Jazz, la policía del estado, sin inmutarse, nunca tendría problemas hasta su lecho de muerte. Partiendo de la premisa que le adelantó Malone, ni siquiera la Jazz actuaba de oficio, los propios ciudadanos con cargo de conciencia se entregaban voluntariamente para acallar las voces rebeldes en su interior. Algo incomprensible por otra parte. ¿Que les dicen esas voces? ¿En que momento un ciudadano decide ser un enemigo del sistema? La vida transcurría placidamente , los zeppelines llegaban a su hora, la música Swing, muy de moda, escapaba de los balcones y los jóvenes bailaban en la calle, no recordaba un homicidio o robo en años, existía libertad de prensa y religión , las chicas encontraban marido, cuidaban de los niños en sus casas, las abuelas enseñaban a leer y escribir, las escuelas educaban y los padres ganaban un sueldo con esfuerzo, en los noticieros se adelantaban noticias sobre un aparato provisto de alas que recorre cinco veces más rápido la distancia de costa a costa que un zeppelín, el mundo avanza; se habla de transmisores diminutos y curas contra las enfermedades y estos individuos se retuercen en pensamientos obscenos , rebeldes sin causa aparente.

 Deseaba con todas sus ganas conocer un Visitante o mejor aún: un Preso.

 Una tarde Malone le sorprendió con una pregunta <<¿le gustaría visitar el nivel Encaste Hinojosa?>> los ojos se le abrieron como platos y tan rápido como pudo se recompuso mostrando indiferencia. Le respondió que si, como si tal cosa.

—No se emocione. Será el tiempo suficiente para una toma de catas en un departamento. A esta hora los Presos se encuentran en reeducación.

 Descendieron por el elevador, el dedo índice de Malone pulsó el nivel Encaste.

—Le esperaré fuera. Tome sus aparatos,- Malone le entregó un pico en miniatura, un par de bolsas de plástico, la cámara de fotos y otra holográfica- , disponga del tiempo necesario los Presos tienen hasta la madrugada para volver.

 Un hilera de camastros en paralelo se perdía hasta el infinito, el Edifico siempre le engañaba ¿Cómo es posible que parezca más grande por dentro que por fuera?

Se agachó en el suelo, tocó el piso: las grietas rezumaban por entre las losas de mala calidad. Terminó a cuatro patas y anduvo a gatas siguiendo el rastro de una grieta mayúscula hasta que su nariz topó con la punta de unos zapatos verdes sin cordones. Dentro de ellos había un Preso.

—Eres el arquitecto.- El hombre tendría unos cuarenta años, la cabeza afeitada, los ojos grises, la mandíbula amplia y la misma expresión de turista de museo despistado que puedo observar tiempo atrás en los visitantes. Roberto continuó a gatas reculando hasta que llego a la pared, después se levantó. El individuo le subía un par de cuartas.

—Si lo soy. -Se atrevió a pronunciar.

—He pedido ejecución. Soy culpable de pensamiento. PEN-SA*MIEN-TOS .

—No está prohibido pensar que yo sepa.

—No arquitecto, no lo está. Por eso me entregué, la Jazz no vendrá a por mi por que rumié esto o aquello. No es bueno que un ciudadano piense en contra del estado y yo lo hacía, todos los días. De todas las maneras esto es irrelevante. Quería que supiese que he elegido Ejecución. Decapitación, en este caso concreto y único. Será retransmitido a todo el país en el canal nuevo. Ese de colores. Quiero saber si es cierto aquello de la visión.

—¿Qué visión?–El suelo recién limpiado empezó a recalentarse, brumas invisibles de desinfectante con olor a matarratas le llegaban en bocanadas.

—Dicen que la cabeza una vez separada del cuerpo tiene visión durante unos segundos. Me parece la mejor manera de comprobarlo aunque luego no pueda explicárselo a nadie. 

—¿Por qué me cuenta esto? No retransmiten ejecuciones por  televisión. Creo que está usted enfermo.

—Me estoy curando, dentro de poco pasaré a Ciudadanía. Yo se que estoy enfermo pero ¿podría usted afirmar que no lo está?

 Roberto pensó su respuesta. No quería violentar al preso así que le siguió la corriente en este diálogo absurdo.

—Me encuentro bastante bien de salud.

—¿Y de aquí?- El preso se señaló un lado de la sien.

El olor a desinfectante la presencia de aquel hombre, la conversación sin sentido. La situación se le presentaba agobiante, como una pesadilla, dejó de sentir curiosidad y aún así se sorprendió de las palabras que escaparon de sus  labios.

—¿Cómo lo reeducaron?¿le torturaron?¿le lavaron el cerebro?

El preso no respondió, se alejo despacio dándole la espalda hasta que  la oscuridad del pasillo se lo comió.

 Durante varios días estuvo como ausente, declinó comer con Malone, su único acompañante en aquel nivel desierto. El comedor, al contrarío que el nivel Recepción, carecía de ventanas. A las 17:30 imaginaba el desembarque del Espíritu de Navidad y sus viajeros como hormigas descendiendo de un palo, dispuestos a divertirse en el Remington, el mejor hotel de la ciudad.  No podría aguantar mucho más en el Edificio, aceleró el plan todo lo que pudo, no paró de trabajar en la mesa de proyectos; dormía poco y mal, constantes pesadillas le atormentaban: la cabeza flotante del preso el olor a desinfectante.

Visitó el Nivel Ciudadanía, como siempre acompañado de Malone y nadie más. No tenía misterios; aulas de estudio con pizarras, salas de reuniones y por supuesto ausencia de cualquier aparato de tortura.

 Terminó el proyecto al fin en un tiempo record, después de dos meses en el Edifico. Le sobraba otro mes y esperaba que lo dejaran marchar cuanto antes.

—Roberto tenemos que hablar.- Por primera vez Malone le llamaba por su nombre de pila- Tome asiento por favor.- El custodio le acompañó desplomándose como un fardo de cemento en la silla.- Ha terminado su proyecto y estamos gratamente satisfechos de su trabajo, es impecable de eso no cabe duda.

—¿Y?

—Roberto no ha entendido nada, ¿cierto?

—¿A qué se refiere?

—Usted tuvo contacto con un preso, lo sabemos desde el primer día. No se espante, lo planeamos nosotros. Le permitimos interactuar con el sujeto para estudiar su capacidad de cambio. Estuvo a punto de conseguirlo. Lo dejamos continuar durante el resto del mes a la espera de su reacción. Pero ha sido inútil, se cierra a la reeducación, se aferra a una vida prestada.

—¿De que me habla?

—Mire Roberto…-La frase quedó en suspenso, flotando entre los dos, Malone buscaba las palabras adecuadas o el tiempo se paró unos segundos, pensó el Arquitecto- ¿Lo ha visto?, ¿Ha visto la palabra antes del guión? : Arquitecto, es la primera vez en este texto en el cual el narrador se  refiere a usted como el Arquitecto con mayúsculas.

—Malone no entiendo nada, he terminado el proyecto y quiero marcharme de este lugar eso es todo.

—¿Qué proyecto? No existe proyecto alguno cabeza de chorlito, ¿Quién es usted Hinojosa? Piense. No se ha descrito su figura, ni su cara, el lector no sabe como es usted, cada cual se lo imaginará de una manera, por que el lector principal es usted y usted se conoce demasiado bien para describirse a si mismo, usted es el arquitecto de su propio relato.¿Cuántas mujeres tiene Hinojosa?

—¡Ya le dije que estoy soltero , maldita sea!

—Tiene dos y cuatro hijos. No le gusta el matrimonio, ni los críos, ni nada de esta sociedad que hemos creado entre todos. Usted prefiere vivir solo, como un orate. Usted es de esos que piensan: como yo no tengo problemas con el Estado, este tampoco los tendrá conmigo. Se  equivoca Hinojosa, tiene graves problemas con el estado. Usted es un infeliz que ha formado una familia por inercia, usted no quiere a nadie, es tan cobarde que ni si quiera se quiere a usted mismo. Y aquí Hinojosa, en este  país, se es feliz o deja de ser persona y por tanto ciudadano. Es la ley.

—Se equivoca, me tengo en gran estima.- Como siempre que miente a Roberto le tembló la voz.

Malone se incorporó de la silla agarrándolo de los hombros.

—Es usted un suicida Roberto. Por eso se encuentra en el Edificio.

Intentó matarse y de camino llevarse por delante todo el pasaje del Espíritu de Navidad. La Jazz lo detuvo en el último instante. No hemos cambiado la política por usted, no es tan importante, se ofreció voluntario para entrar. No sabemos, ni queremos juzgar los casos de terrorismo como el suyo, sería el primero en muchos años, al estado le complace que se ingrese.

 Está escribiendo su historia, el Edificio produce ese efecto en las personas, este es el momento crucial de su propio relato. ¿Quiere ser un preso o prefiere continuar como visitante? Elija Hinojosa.

 

 Por el ventanal de la solitaria cantina de trabajadores, Roberto Hinojosa contempló la maniobra de atraque del gran zeppelín "Espíritu de Navidad" en la azotea del Remington, desde la cocina le llegaba música Swing, muy de moda. Los pasajeros bajaban por la escala al mejor hotel de la ciudad dispuestos a pasarlo en grande. Roberto se dijo que debía acabar el proyecto cuanto antes. No podría aguantar mucho más en el Edificio.

 

30/04/2015

El Edificio. Parte I


 

 

 

Cuando alguien se enfrenta a una entrevista de trabajo podría ser uno de los instantes más solitarios en la vida de una persona. Roberto Hinojosa, arquitecto, no tuvo ese problema por que lo reclutaron y no por ello dejó de sentirse solo. Roberto contempló, asomado a la ventana trasera del sedan negro que lo llevaba, las puertas de su oficina cerradas, “Por motivos personales durante tres meses”, el tiempo suficiente según la Administración para reestructurar, acondicionar y renovar el Edifico.

Se pintó de nubes negras el cielo despejado de domingo, oscuros goterones tamborilearon en el capó del vehículo un trueno se escucho lejano y el Edifico se abrió tragándose al sedan y sus ocupantes.

Los ciudadanos están obligados a no verlo. Que no lo “viera” no significa que no supiera. El Edificio estaba allí, en su cabeza y en la de todos; un recuerdo que ocupa un lugar físico aunque no se detecte con los sentidos; una evocación real para muchos que pasaron por él y ahora son los mismos pero son otros, en definitiva: Ciudadanos de bien.

Roberto estudió los planos durante un mes y no echó en falta a esposas o hijos que no tenía, sintió, eso sí, aprensión por sus clientes y la montaña de proyectos que dejaría sin acabar. Su secretario, Roberto no quería mujeres en su empresa, las buenas secretarías debían de rozar los cuarenta y si no estaban en casa cuidando del marido y los hijos no serían de fiar, tenía instrucciones para calmarlos; no estar al mando de sus asuntos le hacía salirse del pellejo.

El mes posterior a su reclutamiento tuvo acceso sin restricciones a la planta superior: despachos, archivos, cientos de fichas personales esperaban ser transcritas a las computadoras y un eficiente ejercito de funcionarios, con los que nunca se topó, se ufanarían en la tarea. Como un fantasma Roberto deambulaba entre las mesas, tomaba catas de las paredes, comprobaba el cableado, hacía saltar alguna que otra loseta del piso y volvía de nuevo a sus papeles. El Edifico adolecía de un buen mantenimiento, inyecciones de argamasa en sus cimientos; los pesos estaban descompensados y abundaban las grietas. La sala de computadoras estaba desfasada, no mantenía la temperatura suficiente y los armatostes, grandes como cachorros de elefante, se recalentaban; una habitación estaba acondicionada para el almacenamiento de lámparas pues estas se fundían a la mínima de cambio.

Comía solo en la cantina de personal, parecía que despejaban las zonas por donde él pasaba. Se quedaba absorto en los zeppelines que cruzaban el cielo, el "Espíritu de  Navidad" llegaba siempre en hora las 17: 30 ni un minuto antes o después, atracaba en el poste de la azotea del Remington. Roberto contemplaba esta maniobra de precisión desde el único ventanal del Edificio.

Nunca se cruzó con un “visitante” y menos aún con un “preso” desconocía como se “abastecía” el Edificio de ellos, no llegaban camiones, que él supiera, las vías del tren estaban desiertas a todas horas y los zeppelines pasaban de largo.

—¿Cuántas mujeres tiene Hinojosa?- le preguntó su custodio, un tal Malone de aspecto intimidante, al poco Roberto descubrió que era buena persona, un buen hombre de su casa.

—No estoy casado Malone.

—¡Eso es tan antisocial como tener una sola esposa Hinojosa! o más, yo diría que más. Yo tengo tres, una de ellas es mi prima, la más joven, un encanto de chica. Es un poco moderna, trabaja fuera de casa y todo, las demás se ocupan de los críos, este trabajo es duro Hinojosa, nada como llegar al castillo y que este se encuentre  como debe. Una buena cerveza y los niños corriendo a tus brazos.

—Le felicito Malone. Espero algún día tener todo eso, tiempo al tiempo,- mintió.

—¿Cuál es la diferencia ,Malone?-coló la pregunta de golpe esperando pillar desprevenido al custodio.

—¿Entre presos y visitantes, claro está?

—Claro está.- Imitó Roberto sin pretender ser irónico para conseguir todo lo contrario. Malone no lo tomó a mal de todas las maneras. Perecía con ganas de explicar aquel misterio que rondaba su cabeza desde niño.

—El Visitante llega al Edificio por voluntad propia, él sabe que algo no funciona de manera correcta en su sentido de la ciudadanía, le atormenta esa cuestión. Ingresa para curarse, el visitante puede marcharse cuando desee. Pasado el segundo nivel, el Encaste, ya no hay marcha atrás, pero da igual, el visitante, créame Hinojosa, prefiere seguir su tratamiento. Reconocida su culpa pasa a la categoría de Preso.

Cruzaron el pasillo central que lleva a los elevadores, bajo ellos los Tres Niveles: Recepción, Encaste y Ciudadanía. Por primera vez se adentraría en el corazón y razón de ser del Edificio. Todo fue un chasco, ni presos, ni visitantes. Los cuidadores rondaban para acá y para allá enfundados en monos amarillos, rojos o negros según el nivel., atareados en cosas que le parecieron absurdas. En una habitación tan grande como un hangar de zeppelín un encargado aleccionaba a una tanda de educadores novatos. Estaba subido en una rueda de caucho y gritaba. Sus palabras eran sacudidas sonoras, como golpes, marcaban un ritmo hipnótico, Roberto no entendió casi nada. Su curiosidad por ver algún preso o como mínimo un visitante se acrecentó.   

El encargado señaló una de las paredes, estaba acristalada, en filas de a dos hombres y mujeres la cruzaron. Si bien sus caras no mostraban felicidad, tampoco angustia o miedo. Sus cuerpos permanecían dignos, no se apreciaba desnutrición ni maltrato parecía un grupo de turistas visitando un museo.

—¡Esa es su materia prima cuidadores! : personas.- Gritó el encargado con más brío que antes-, les deben respeto, es un material más valioso que vosotros mismos, es la maquinaria que mueve el país. No lo olviden. Ahora son personas cuando abandonen el Edificio serán Ciudadanos.