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9 de noviembre de 2011

Una sana costumbre





Cada cuatro años en San Serenin del Monte los papeles se cambian. Cada uno tiene derecho a escoger su nueva vida y los trueques de virtudes se ajustan en el ayuntamiento.
 El señor alcalde está ilusionado en tomar la vida del orate. Como en las tribus indias alcanzaba este la esencia de aquellos que nada temen, pues Dios les habla directamente, sin ayuda de intermediarios. El Loco puede pasear desnudo por la plaza mayor, miccionar en la pierna del cura y este le bendecirá pidiendo al de arriba ayuda para sostener a esta ánima perdida.
  El Comendador, enterado de la situación, no tuvo más remedio que viajar a San Serenin para aconsejar al de la vara y advertirle que su decisión podría acarrear trágicas consecuencias.
 Cuando llegó el Superior al pueblo las calles estaban vacías pero no le prestó demasiada atención al asunto. En vísperas veraniegas es normal que los nativos se agrupen en las casas huyendo del calor. Las chicharras, glotonas de sexo, raspaban sus patas y el jolgorio de la orgía desde los olivos era el único sonido en el laberinto encalado.
 El despacho del alcalde empezaba  a semejarse a la cueva de los ascetas : documentos del gobierno por el suelo , los cuadros de los monarcas torcidos en las paredes ; mareados en la trifulca del desorden,una zozobra marítima como de barco en manos de enfurecido Poseidón se hizo dueña del gabinete. 
 Don Cansino se había quitado la ropa por la parte de arriba y mostrando los pelos canos del pecho sin pudor alguno, miraba por la ventana, añorando lo que pronto sería una realidad: pasear sin preocupaciones por su pueblo con la candidez infantil que solo un loco alberga en su ser.
 El comendador en vista de la situación no perdió el tiempo en presentaciones y directamente “atacó” a Don Cansino con su discurso ensayado durante el viaje, ayudado por las notas de sus confidentes, no podía fallar.
  -Cuentan que el loco marchó para no volver , que se presta al escarnio desde el retiro , con la pata quebrada o el brazo ,vaya usted a saber ,cobrando de las prebendas del estado de esas que pagamos todos. Pero eso es solo leyenda señor alcalde. El loco es un ser enfermo y usted una gran eminencia cuajada de sapiencia.
 Dicen del Loco, con la pierna en alto y el brazo también, que deja la mano libre, la buena y como ratón corretea por la Redes, que nadie se atreve en el pueblo a meterse con el Loco, que si es así te apunta en la lista y sales en la foto. Y los retratos roban el espíritu señor alcalde y nunca más la dignidad pegada al alma se recupera.
 Que si el Loco te tacha de falso, veleta por siempre serás, que si de manflorita, piérdale usted señor alcalde, con todos mis respetos, el amor a su orto intacto. Lo que el Loco dice la gente, por miedo, lo cree.
 El Loco se ríe de todos y todos se ríen de él por lo bajo, le carcajean las gracias y se cagan en sus muertos sin que el Loco lo oiga, que ya le digo que es de los que endilgan fino.
 Los locos de pueblo son peligrosos señor Alcalde, ya sabe usted que aparte de escuchar la radio sin pilas y vestir siempre el traje de los domingos, lo mismo te come a besos que te arrean dos hostias. Y este loco parece que es de los que dan, por eso señor le tenemos miedo en la capital, que igual se planta allí y nos monta un escándalo.
 Señor alcalde , digo yo , que hacer de sustituto del Loco no le hará bien , el quiere su puesto ; mandar allí y allá , sentirse importante el tío , quitarle de la silla para sentarse en ella para siempre ; vestido con el chándal de mercadillo o el traje de ir a misa, que es capaz de cualquier cosa para presidir un pleno.
 El loco es imprevisible aunque le parezca lo contrarío, no se fié señor alcalde de una cabeza rapada que es, como los calcetines blancos, un indicativo del alma, en este caso pardusca. Usted siga en el sillón y deje al Loco tranquilo.
 Mientras el comendador guía al alcalde en la extraña tarea de sustitución de papales en el pueblo, Don Cansino obnubilado no escucha, observa por la ventana: ya se hizo de noche y las llamas hipnóticas apresan su ser, una sonrisa se dibuja en su rostro, descansará de responsabilidades burocráticas que a nada llevan. Preparado ya con su nuevo cuerpo, casi desnudo, el cabello alborotado y la mirada ida. Cuatro años de tranquilidad y luego la muerte.
 La turbamulta se desparrama cerro abajo con teas en las manos, arremolinándose en las esquinas con palos y guadañas, la cabeza del Loco en un pica, cortada y chorreante.
 El Superior comprueba como su discurso ha sido inútil. Guarda sus notas en el portafolios y marcha en el vehiculo oficial a la capital, no sea que se escape un tiro.
  -Una sana tradición la de San Serenin después de todo. Piensa el comendador retrepado en el asiento de atrás. Agarra fuerte el maletín y azuza al chofer con diligencia para que no se demore.

En el recuerdo Germán Coppini.