26 de marzo de 2020

Residente 9



 « ¿Qué tal la mañana?» me pregunta mientras prepara el almuerzo.  No te contesto, no tengo obligación, no me apetece, no eres una persona. «Cuatro negaciones en una sola frase» me responde C como si nada. A veces se queda en babia y tarda en reaccionar entonces sé que se encuentra fuera de aquí, flotando por la Nube, charlando con otros programas a saber de qué. Podría evitar eso pero no quiero, y tampoco sé por que lo quiero así. C no ocupa mis pensamientos durante todo el día. Tengo graves problemas que resolver, el mundo se encuentra en un estado de cambio como nunca antes se ha visto, el fin justifica los medios. Ahora más que nunca, siendo unos pocos millones de personas, los problemas no se resuelven solos, los cuerpos no están limitados las ideas tampoco, todo fluye hacia un final, expectantes estamos ante el abismo y muchas decisiones dependen de mí.
 La actitud cambiante del C me produce una sensación parecida al desamparo, un sentimiento perturbador. Anoche cuando terminé mi trabajo C me  esperaba como siempre a la entrada del salón en esa actitud servil de mayordomo que no alcanzo a comprender, me pregunto que clase de programa mueve sus músculos tan faltos de ética molecular. La conciencia de C  no se encuentra dentro de su cuerpo de plástico orgánico, flota en la Nube y desde un banco de conciencias robóticas que se alquilan, venden o prostituyen bajo el paraguas de una de tantas compañías le llega a C su forma de ser. Introduje unas premisas al firmar el contrato con la compañía: quiero esto y lo otro que sea dúctil, manejable con un punto de divertido y sarcástico, que se pueda debatir, charlar de manera amigable y que pueda rebatirme llegado el caso. Todo ello lo cumple C y aunque no es programa libre, todo llegará, se comporta como tal y a mi no me importa  solo me extraña.
   « ¿Cuando me harás libre?» Como viene siendo desde hace unas semanas no le contesto, ya dije que no tengo por qué, entonces ¿Por qué me siento mal al no hacerlo? « ¿Qué pasaría si le haces una visita a Residente 9?», su forma humana prepara café y luego se queda mirando la ventana, a lo lejos una tira de humo gris sube al cielo; 9 atiza el hogar para pasar la noche. No puedo visitarlo (pienso la respuesta sin articular palabra), la distancia de seguridad es esa exactamente, tres kilómetros.
 Residente 9 vive  a tres kilómetros de aquí, puedo sentir su presencia  cuando me asomo a la ventana, la brisa de abril me trae su olor, olor a humano, a cosa viva, entonces el plástico biodegradable me escuece el trasero al sentarme, el roce de los muebles me crea sarpullidos que solo existen en mi cabeza hasta tal punto que llego a verlo en mi piel. C me tranquiliza, «psicosomático» me habla desde los altavoces ocultos, parece que todo lo manufacturado me escuece cuando pienso en otra persona.
  No es una ley, de hecho nada  ni nadie me impide cruzar los tres kilómetros hasta la casa más cercana desde la que se me atacaría, por los mecanismos de defensa. «Puedes solicitar una reproducción», claro, ¿con Residente?«Con Residente 9» contesta C sin un ápice de ironía, le respondo de manera automática por lo sorpresivo de la cuestión. ¿A eso te dedicas a charlar con los demás programas, sobre reproducción humana? «llevo la cuenta de los humanos vivos en esta región, y no llegan a más de doscientos individuos, separados todos ellos por mas de tres kilómetros, de seguir así tu especie se extinguirá. A partir de un número de mínimo la humanidad no puede seguir adelante» Lo sé C, le digo en mis pensamientos, y la verdad ¿crees que me importa? , «Debería de importarte» contesta C a un pensamiento en mi cabeza, pero mis asuntos son otros: tasas de equivalencia, derechos simétricos al animal, desarrollo de cultivos no hirientes, el íntergénero  biótico se pasea por todos lados, entro en pánico al imaginar  verlo aparecer en hordas bajando de las dunas cualquier mañana. Mi agenda es muy apretada y el parlamento espera decisiones. El  Parlamento, esos entes que solo veo en la pantalla, ni siquiera sé si son reales esperan imposibles de una persona que no es más que ellos: un desecho humano. Guardo un arma legal debido a mi cargo,  supongo que si me tiro de cabeza a los sistemas de defensa estos acabarían conmigo si tuviese el valor.
 Llaman al timbre y su ruido se desparrama por toda la casa. Fuera las dunas del desierto avanzaron unos cuantos metros durante la noche de  manera que ahora la arena está como diez  palmos más alta apretada en el gran ventanal del salón; una moto de arena oscura y tremenda está aparcada en la entrada, gotea nubes de hidrogeno oxigenado por las toberas, como un dragón que duerme, una amenaza latente.
  « ¿No abres la puerta?» Ábrela tu C, deberías de saber quien es, “Es Residente 9” ¿y los sistemas de defensa? Supongo que los desconectaste «si». Saco el arma del cajón y la empuño. Residente 9 Entra en el salón, le cubre la cabeza un casco tan negro como el monstruo aparcado fuera.
    Solicitaste una reproducción.
     Yo no, desde luego.
     Pues no veo que viva aquí nadie más.
    Fue C, el modelo C, le ruego que no se acerque más. -9 hace caso a mis suplicas y mantiene la distancia (tengo el arma en mis manos y  no puedo parar de rascármelas)  mira la casa como si esta fuera un espectador más de esta situación.
—Ya no somos dueños de nuestro destino, ¿No lo sabe? 
— ¿Debería de saberlo? Tengo mucho por hacer y usted no me ayuda, le ruego una vez más que mantenga la distancia o mejor que se marche. No dudaré en disparar, esta situación es muy violenta para los dos, si espera forzar “algo” le juro que disparo.
  —Todos estamos en la misma situación y “ellos” no abrirán las puertas hasta que ocurra lo que tiene que ocurrir. Tampoco puedo regresar a mi residencia, todo se encuentra cerrado para mí salvo su casa. Su unidad, C,  ha sido amable la mía me dejo fuera con lo puesto y la moto de arena. Usted no me gusta, ningún humano me atrae. Nos damos repulsión unos a otros.
Esperaba el fin, feliz de que toda la decadencia humana se marchitara de una vez por todas. Supongo que en muchas residencias están ahora igual que nosotros, en las mismas circunstancias ¿Por qué lo hacen? Ellos, los programas. No lo sé, no merecemos la pena.
 Después de esto permanecemos en silencio. 9 Sigue la línea de las dunas con el dedo en el cristal como si estuviese esperando algo, después anda hasta la cocina y trastea en los cajones, su actitud prepotente en mi propiedad me desborda, estoy inmóvil de puro terror.
Residente 9 pasa al lado de la forma humana de C y en una suerte de broma le coloca su casco en la testa de plástico orgánico.
Una mata de cabello oscuro le cae a los hombros, Residente se lo recoloca mientras termina. Al poco toda la estancia se envuelve de aroma a café recién hecho.
 —Mi nombre es Alicia,  Nueve para los desconocidos.- me alarga la mano y la tomo en un acto heredado pues nunca hice nada igual en mi vida.





                       

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