30 de diciembre de 2018

La espera



 El autobús que lleva a la capital de la provincia se va perdiendo en el camino de tierra. Ya solo es un puntito ocre, los últimos rayos de sol refractan en sus cristales antes de doblar el camino. El cielo se llena de naranja, si levantas la nariz buscando la brisa se puede oler el salitre del mar.
No está en ningún lugar conocido, es un pueblo de paso donde los veraneantes no paran nunca. Campos de sandías, melones y vides secas ahora, ven pasar la flecha color orín desteñido de la compañía de autobuses “los Amarillos” con parada en las afueras del pueblo.
Ángela se queda  allí nunca mira  atrás aunque le gustaría, puede que alguna vez, cuando decida montarse en el autobús de los Amarillos por última vez una  mano le toque el hombro; la imagina fría como el espacio pero si se posara en ella el tiempo suficiente se tornaría calida como una estrella tanto como el sol, solo sería cuestión de tiempo que los genes hermanos se reconocieran unos a otros.
 “Quédate Ángela. He venido por ti, no te subas a ese autobús” Sería la voz en su imaginación. Y ella no lo haría le daría un abrazo fuerte y mientras durase el contacto con sus cuerpos la información de tantas cosas que hay allá arriba le llegaría aleada con el amor a su padre.
 La tarde torna a noche y regresa a su casa encalada. La televisión apenas consigue sintonizar uno de los dos canales, el otro cuando las ondas del mar lo permiten y manejando la antena, se deja ver de vez en cuando, a ella solo le interesa el de los domingos como hoy. La cena escasa da paso a las noticias y el rondón de las marismas; dos victimas se suman al merodeador que descuartiza a los que se topen con él. A los cuerpos le faltan trozos de carne como si hubiesen sido fileteados para su consumo, se habla de canibalismo y ritos satánicos por otra parte muy comunes según los supersticiosos en esta zona de viento de Levante que trastoca las cabezas.
 Suena la madera de la puerta, una llamada de noche y Ángela abre sin miedo. Es Segundín  el guardes de la finca donde se la deja malvivir, para este y Rosario su esposa, Ángela es como una hija, hace mucho tiempo que dejaron de esperar descendencia.
 Un vistazo para comprobar que todo está correcto, apenas hablan, Ángela es de pocas palabras.
 “Atranca bien la puerta Ángela” la voz de Segundín se agrava. Ángela espera que se marche y con cuidado deja el portón entreabierto “por si viene”.
 El hombre de las barbas tras la pantalla empieza su programa favorito hablando de civilizaciones perdidas y barcos en el cielo cuajados de luces. Muestra manuscritos, objetos imposibles fuera de su tiempo, rocas que lloran cuando se unen en círculos; ella se bebe toda la información esperando alguna señal que le indique que está de nuevo aquí.
 “No hicimos bien. No, no lo hicimos, recogiendo a esa criatura” masculla Segundín ante su mujer. “Está loca, esa chica, esta como una cabra. Somos viejos Rosario, no vamos a durar toda la vida y no sé que será de ella cuando no estemos. Allí estaba viendo en la televisión sus cosas. Ya sabes”. “Déjala marido, es trabajadora y buena persona, se que estudia por las noches y va al nocturno de San Lucas, la he visto llegar en los Amarillos, bueno, la verdad es que me lo ha contado. Está loca pero no es tonta. Ven aquí Segundín que te achuche”, el guardes se deja abrazar por Rosario, “Dios nos ha dado esta oportunidad es pronto, hay que esperar unos años”

 Los terrones secos de barro se escurren entre las rejas de goma de las cangrejeras y la radio colgada del asno desgrana, como la tierra en los zapatos, las noticias de “los crímenes de las marismas” uno a uno con toda clase de detalles escabrosos. Las victimas  se desparraman a lo largo del litoral, en un círculo que encierra a cinco pueblos. En total seis muertos en dos veranos.
 Ángela se sube la falda hasta las rodillas, las piernas están llenas de arañazos de arbustos secos y se las enjuaga con el agua de la alberca, después se lo piensa mejor, se quita el vestido y las bragas y se mete de golpe en el agua tibia que le llega por la cintura. Inclina la cabeza hacia atrás y durante un instante puede ver la luna en un día de sol de agosto.
 El hombre se acerca sin disimulo, la cabellera blanca y el rostro moreno, las chicharras se callan en el momento de su máxima actividad reproductora. Desde la alberca Ángela asoma los ojos por el poyete encallado. La figura del hombre se recorta en silueta a sus pasos una estática, un bramido eléctrico que solo se aprecia dentro de las cabezas, distorsiona el aire en volutas de movimiento; “es como si la realidad fuese un lienzo y alguien desde atrás lo moviera” pensó Ángela por otra parte tranquila, este es un acontecimiento que esperaba desde hace años. 
 “¿Vienes a comerme o llevarme?”.
 A falta de respuesta Ángela sale de la alberca desnuda como estaba, no sabe si entregarse a los brazos del extraño como tantas veces en sus sueños o correr despavorida. La casa del matrimonio de guardeses se encuentra cerca; corre hacia ella, la ultima vez que estuvo allí era una niña y no le gustó el olor a sangre de matanza del cobertizo, los gritos de los cerdos. El terror voraz de estos impregnaba la pequeña hacienda, conforme se acercaba de nuevo el hedor a sangre una reminiscencia de niñez, le golpeó en la cara. Mira  atrás una sola vez, el hombre se acerca despacio pero sin pausa. “No me comas papá, no me lleves contigo si quieres pero no me comas” el pensamiento de Ángela vuela y no encuentra cabeza  en la que colarse, en ese último vistazo le parece intuir una sonrisa en la cara del hombre.
 La puerta está atrancada desde dentro, por entre las rendijas de la ventana la voz del hombre de las barbas, oscura, como desde dentro de su cuerpo en el televisor se escucha sorda: “las victimas aparecen diseccionadas a la perfección, círculos o simples tajos perfectos casi geométricos en partes vitales del cuerpo”
 Ángela corre al cobertizo que parece abierto buscando refugio. El olor a sangre cada vez es más fuerte. La paja mojada se le pega a los pies descalzos, está empapada de rojo. Una mesa de matanza y una joven en ella que parece viva pero no lo está. Segundín con parsimonia de cirujano rebana con cuidado una rodaja de tórax. Rosario agachada recoge en un recipiente que parece sacado de un quirófano la sangre que brota.
 “¡Esta aquí, coño! La niña está aquí, me cago en la puta, joder”  Rosario tira el recipiente y se abalanza hacia Ángela con las manos desnudas, la agarra del cuello para quitarle la vida.
 Después todo se torna difuso, como si estuvieran en el fondo del mar, más allá de Bajo de Guía, donde rondan los pesqueros: son aguas turbias.

———— Ángela, ahora vendrás conmigo- el hombre de la melena rubia sujeta la cara de la joven- , no debes  temer nada.
———— Lo sé padre- Ángela pasa despacio los dedos por el símbolo bordado en el pecho, una H atravesada.
Les espera un largo camino, la carne de guardes, cortada con maestría de cirujano; según la tradición: no les pudo sentar mejor.


22 de septiembre de 2018

Marte puede esperar





Marte Puede esperar



Tierra

El Sueño Imperial es un domo de tres mil jaulas en el norte de China, dos mil están ocupadas por residentes virtuales: Cuerpos yacentes alimentados por sondas. Los demás vegetamos en un aburrimiento constante amenizado por la publicidad límbica de las Corporaciones. Consumimos productos físicos y virtuales, deshechos reciclados, bazofia alimenticia, sexo por encargo, también colecciones interminables de artículos superfluos. Nos dejamos morir de apatía y lo tenemos tan asumido que nuestros dirigentes; nietos de apáticos, hijos de apáticos y paridos por madres apáticas pusieron su conciencia en manos de OC.

Hubo una reunión hoy. La población de la tierra es tan escasa que nos contamos por millares, los virtuales y las máquinas no cuentan.

El tema a tratar: hacernos morir todos al mismo tiempo y dejar de existir como raza de una vez. Aburridísimo debate.

Como siempre no se llegó a nada ¿tenemos el valor suficiente? Creo que nuestro desinterés es tal que ni eso nos importa.

Más tarde, cuando nos lo permitieron, no se puede antes de las 18: 00 horas si no eres residente, me conecté a Virtual. Allí continuaba el debate en un prado inmenso. Tumbados, de pie contemplando el cielo como de cuadro o tomando un sol inexistente; los comuneros vegetaban su existencia.

—Domenico Teocataplaste – se dirigió a mí una suerte de esfinge.

— ¿Roxana?

—Solo yo te llamo así Teo. ¿Quién si no?

—Me buscas aquí y tienes tu jaula a un par de metros de la mía. ¿Desde cuando no vienes a verme?

—Ya no salgo, me he instalado del todo. Me hice residente. La esfinge movió los pechos de un lado a otro.

—No muevas “eso” vale.

—Eres tonto Teo. ¿Qué pensabas? Es parte de la figura. No puedo controlar ciertos movimientos automáticos de la esfinge.

— ¿Qué edad tienes Roxana? ¿Quince, dieciséis?

—Quince Teo, como tú. Y te recuerdo que soy doctora en ciencias y reconocida abogada. Me gusta hablar contigo Teo, no pienses que soy frívola o una virtual más.

—Entonces, tu cuerpo está en la jaula.

—Claro.

—No preguntaba Roxana.

Salí de virtual. Con tranquilidad absoluta me encaminé a la jaula de Roxana. No tuve problemas en forzar la puerta. Aparté la manta térmica y contemplé su cuerpo. Hundí una daga en ella no sin antes traerla de virtual tres minutos exactos antes de que su alma la abandonara, le miré los ojos, ya negros de sangre, como de insecto.

Después esperé el juicio de OC. Expulsión a las colonias de trabajo o cárcel en virtual. Lo que sea antes de morir de aburrimiento. Soporto bien el dolor. La voz de Noslock me sorprendió, desde entonces trabajo para él.











Marte



— Figlio di mille puttane Juan, dovresti uccidermi ora. ¡Sei un cane!

A Vincenzo le gusta insultarme en Italo, se vanagloria de una herencia directa de estos. A mi poco me importa mientras siga colgado boca abajo, tal y como lo dejé, a la espera de los coyotes, cuando caiga el día tras el monte Olimpo.

Y así los gritos buscando unos oídos donde meterse, se pierden entre las dunas. Los míos están ya bien lejos atentos a la cantinela que brota del Porco Cane. Abro las portezuelas batientes y una cortina de aire fresco me alborota el cabello lleno de arena. El calor del desierto se esfuma por completo, la humedad se condensa en los cristales chorreados de gotas gruesas; el sistema de aire acondicionado, único en esta parte del oeste marciano y tan caro que solo Marcelo se lo puede permitir.

— ¿Qué hiciste con el cartel Marcelo?

—Esos puritanos de la Societá me lo hicieron quitar, pero bien saben que mi palabra es ley en este antro. Si veo aparecer un búfalo por esas puertas disparo sin preguntar. Me han dicho que acabaste tu solo con la cuadrilla de Vincenzo.

—Te dijeron bien viejo.

Marcelo me apuntala un bourbon de oca delante de mis narices que no tardo en apurar.

—Preguntaron por ti.

—Los de la Societá.

—Exacto. Les dije que no te conocía de nada. Eran dos, uno de ellos un búfalo que arrastro sus pezuñas por el cartel y se lo tomó a broma. Tuvo el atrevimiento de decir que él era tan humano como nosotros, el impresentable.

—Marcelo sería raro que ante las letras “É servito solo a humamos” de tu cartel no se sintiera ofendido.

—Te buscan Juan, es por lo de la hija del Prefecto. Los carabinieri no se andan con tonterías cuando se trata de sus hijas ¿sabes?

Sofía es una chiquilla encantadora. Su cara de Venus adolescente que saliera a tomar el sol como flor del desierto, su esbelta figura que cimbrea como los cactus jóvenes y su voz ; una aria entonada por un castrati. También es adicta al bourbon de oca, amante de contrabandistas, y experta en matar in tutti i modi possibili, pendenciera y mortal, hija del Prefecto jefe de los carabinieri y el último de mis trabajos. Tomaso que así se llama su padre me pagó en efectivo para que la rescatase de los contrabandistas, a los que ella se unió de buen grado. Ahora Sofía vive conmigo. No sé por cuanto tiempo, está pensando en marcharse a la Tierra y yo creo que podría morir en paz al fin, dejarme comer por los coyotes si ella me abandonase. El sicario Bala, bala de plata Juan es así de idiota.

Las portezuelas se abren de golpe y me vuelan el sombrero por la descompresión, no se hace eso en local de Marcelo, es una falta de respeto a los parroquianos. Veo a Marcelo en busca del arma bajo la barra y veo también a Tomaso rodeado de carabinieri.

— ¿Dove sta il porco de Juan?

—Viejo podemos hablar. Mira lo de tu hija, e una bella donna e la mia moglie adesso – no fueron precisamente tranquilizadoras estas palabras pero hicieron que me diera tiempo de desenfundar.

—Estás preso Juan.

Me agacho para evitar las balas pero estas no llegan. Ruedo y ruedo como un barril de Oca camino a la bodega y consigo llegar a la calle. En un segundo echo en falta el aire acondicionado del Porco. Una brisa seca levanta polvo rojizo de las calles de Compromiso.

Es en esta hora cuando la avenida principal se llena de comerciantes, matronas, capos y forasteros de más allá del Tiber en busca de esencia de Oca para abastecer sus gargantas. Los niños gritan ¡dales fuerte Plata! que graciosos, yo me preocupo de sobrevivir.

Más carabinieri están acodados en sus trickettes. Rómulo el capo de la cuadrilla inconfundible en su Daiseikai Toshiba Aniversario Refrigerada, un monstruo importado desde la Tierra. Ya metido en faena no tuve inconveniente en volver a rodar no sin antes amartillar el segundo revolver en modo láser, en su modalidad de corte.

La Daiseikai se parte en dos como la cara de Rómulo al ver su joya en proceso de mitosis. Los carabinieri decidieron entonces empezar a jugar: desenfundaron y por supuesto dispararon; a mansalva. Rómulo en estado de catalepsia después de ver su motocicleta echa pedazos encara el rifle de doble boca a la mia testa, no es conciente de cómo un agujero (por el que se aprecia una hermosa vista del monte Olimpo) se agranda hasta ocuparle toda la cara. Trabajito fino de un trabuco láser de larga distancia y juro por todos los dioses que no fui yo.

Así vivimos en Marte, este es mí día a día, al menos el de un pistolero de poca monta como Juan el plata, me digo a mi mismo. Salgo corriendo hasta mi trikette. Vieja, llévame lejos de aquí, le digo. “Sus palabras son ordenes jefe”, me contesta, despide chorros de arena con la fuerza de sus escapes y nos perdemos en el desierto.



Isla del Pescador

Me parece todo tan real: la humedad es palpable, nubes densas de agua filtrada por los géiseres artificiales calientan la zona terraformada, la tierra y el sol se alinean tras el monté Olimpo, los búfalos descargan fardos del muelle, las barbas trenzadas enmascaran rostros cetrinos que hacen honor a su nombre. Si acerco la mano los puedo tocar, de echo lo hago y el búfalo responde con un gruñido” que haces idiota” aparto mi mano rápido y le dejo continuar su trabajo. Lo Virtual me parece tan lejano como el Imperial ahora. El tutor desgrana algo de historia en mis oídos aunque yo me la sé de memoria

“(1): A finales de siglo XXI se inicia la terraformación de Marte por etapas a cargo de compañías privadas entre ellas Noslok inc.Los primeros colonos no fueron mas que prole para estas. Encargados de la prospección de mineral y residuos fósiles son tratados prácticamente como esclavos”

TUTTI UMANI / TODOS HOMBRES/ TUTTI HOMBRES el cartel en los tres dialectos marcianos corona el hotel.

“De la enciclopedia Marciana: Por aquellos tiempos Marte disfrutaba de su independencia, los colonos, hijos de españoles e italianos, países de un lejano lugar llamado Tierra, dejaron de serlo para convertirse en propietarios, pequeños minifundios desperdigados por el continente ecuatorial.

(9): Los mal llamados búfalos son humamos modificados genéticamente, ocupan la zona sin terraformar “

—Oca.

—Hijo, ¿que edad tienes?

—La suficiente -en Marte mi apariencia, se considera infantil.

—Lo dudo chaval. No sé si sabes lo que te vas a meter por tu cuerpo terrestre, advierto, no acarreo ubriachi. Dormirás la mona en el suelo.

—Correré ese riesgo.

Aparto a un lado el sentido acolchado de mis sensores para disfrutar de la bebida lechosa y espesa como jarabe. Al entrar en contacto con la lengua se torna liquida, es dulce y en la garganta apunto de llegar al estomago un amargor acido como hiel me sube a los labios. De mi boca escapa un suspiro, con disimulo me agarro a la barra para no caerme de bruces al suelo.

— ¡Salute terrestre!

— ¡Salve! Contesto y un silbido roza mi oreja. El zumbido se aloja en la pared, una bala blindada, según dice el virtual en mi oído.

“Extracto discurso del Presidente de Noslock ante el parlamento y OC, habla David Noslock:

Lo que está pasando en la colonia marciana es inconcebible. Las Compañías no pueden establecerse por la belicosidad de los nativos marcianos, un puñado de antiguos colonos y ahora orgullosos ciudadanos, gracias a las políticas aperturistas del antiguo régimen, que viven en un folletín de película de hace dos siglos. La Tierra no puede doblegarse a esos salvajes no consumidores. En esta tribuna y como presidente del gobierno de la Tierra pido el voto de las corporaciones para acabar con este anacronismo y someter a los marcianos, si son necesarios con el uso de la fuerza; a saber los sistemas limbicos de publicidad invasiva, por muy duro que esto pueda parecer.

Habla OC:

Sr. Presidente, Marte es un desecho, la zona habitable es escasa y de poco interés paras las Corporaciones. Ya cansa su posicionamiento marciano movido por el orgullo de un imperio terrestre que nunca existió. Marte puede esperar.”

Me quito el tutor de la oreja, lo que sea de este planeta lo descubriré por mi mismo. Es un gesto que me hace sentirme libre de las ataduras de la Tierra y sus flemáticos habitantes

Me vuelvo rápido y dos carabinieri apoyados en el quicio de la puerta a la cantina me miran, el colt del que parece el jefe humeante.

—Perdona terrestre por el recibimiento acompáñanos a la comisaría, es una orden, ya sabes. -Me dijo entre risotadas.

—Te vamos a esposar. Es por tu seguridad, tenemos que comprobar quien dices ser. -El adjunto también ríe.

Me llevan a comisaría. Me encierran en el calabozo. Estoy perdiendo un tiempo precioso por culpa de estos dos inútiles. Con los pies en lo alto de la mesa el jefe de los carabinieri me mira como el crío que piensa que soy.

—Esto es lo que tiene reservado Noslock para nosotros, un imberbe. -Me señala con una pipa de oca en la mano y mira hacia atrás a su adjunto.

—Eso parece jefe. Un ragazzo de mierda sacado de las jaulas, cuando el Plata lo vea seguro que se lo hace en los pantalones.

Ambos se mueren de la risa. Me masajeo las muñecas después de haber estado maniatado un par de horas noto como la sangre me fluye de nuevo, me acerco despacio hasta la mesa.

—Caballeros les digo puede que no sepan mucho de mis virtudes, la verdad son pocas, puede que solo una. Carezco de cualquier clase de moral, ética o sentimientos del común de los mortales. Puede parecer una tontería, cierto, ante dos tipos fornidos y duros marcianos como veo que son.

—No lo dudes hijo-me contesta el jefe.

A estas alturas mi pelvis roza la mesa del jefe. La aparto con un pie, el jefe cae, yo me agacho al mismo tiempo y dejo caer el pulgar derecho en su ojo, que se le desparrama como huevo, el tipo grita como un cerdo, me levanto y encañono al adjunto con el colt láser del jefe.

—Quiero saber todo del Plata, llévame a los archivos le conmino ya he perdido demasiado tiempo aquí. Dicho esto le disparo en la pierna justo en la rodilla.

Ahora son los dos caribiniere los que gritan.

—Llévame al Terminal de la comisaría.

—No puedo andar idiota, ¿no lo ves?

—Puedes arrastrarte. Deprisa…por favor.



Desierto

No me cuesta localizar a Juan al que llaman el Plata. Es bastante conocido en los cantones. No me explico que interés puede tener Noslock en un pistolero de poca monta como él. La misión parece sencilla, solo tengo que matarlo.

Para llegar a Compromiso he de adentrarme por el desierto que limita con la zona sin terraformar de este proyecto inacabado que es Marte. Dos búfalos me sirven de guía. Ellos no necesitan la mascara que me hace sudar; el plástico se me pega a la cara por los tubos de aireación, picados y absorbidos por otras bocas de las cuales guardan recuerdo, se cuela tierra roja que me hace toser. Nos movemos en tricketes hidrogenados, los búfalos montan a dúo y yo intento hacerme con mi montura. Caí un par de veces de la misma y acallé las risas de mis guías encañonándolos con el colt. Pasamos la primera noche en la reserva de búfalos. Comí bastante bien, según dicen carne de coyote, que por supuesto no es un coyote, es una mutación que acompaña a los búfalos desde su asentamiento en el planeta, ahora asilvestrada. Cuando cae la noche en el desierto el cielo se cuaja de estrellas como nunca antes contemplé en la Tierra.

La radiación multicolor se levanta a mis pies como aurora boreal, crea niebla de arco iris que relumbra en la noche hasta subir dos metros del suelo, el ruido de los géiseres que calientan el planeta resuena a lo lejos haciendo un remedo de truenos y de tal manera empieza a llover en este desierto de cartón piedra; llueve, siempre llueve de madrugada y a la misma hora me cuentan los mutantes. Intento conciliar el sueño, con la mascara es casi imposible, después de todo el cansancio empieza a tumbarme cuando el chaman de los búfalos asoma su cara de jabalí por entre las ranuras de la tienda.

—Buscas a Juan el Plata.

—Lo busco, si.

—Quieres matarlo y ni tu sabes por que.

— ¿Me vas a soltar el cuento? ¿Tuviste una visión o algo así? Quiero dormir, me harías un favor si te marchas.

Los cánticos de las mujeres búfalos empiezan a subir de tono, los hombres búfalos viajan a lomos del jugo de oca que toman puro para sus ritos.

—No tienes alma terrestre.

—No, no la tengo. Es mi mejor virtud y tu sentencia de muerte si no dejas de importunarme

—En Marte la encontrarás.

Retumban los géiseres de vapor, aúlla un coyote de las dunas a lo lejos. Las gotas de lluvia no dejan de tamborilear en el cuero de la tienda al ritmo de los cantos de las mujeres búfalos. Antes de que me venza el sueño pienso en Roxana, todo esto la haría sentirse viva tanto como parecen los marcianos, como los búfalos, como esta lluvia consciente de Marte; una pena que sus tripas estén desparramadas en una jaula del Imperial.

En la mañana una amenaza de tormenta de arena se vislumbra a lo lejos. Los búfalos me dicen que no siguen en esas condiciones, puedo esperar un par de días o adentrarme en el desierto bajo mi riesgo en solitario. Decido hacerlo pues. La bruma radioactiva es sustituida ahora por remolinos de arena roja, entre medio de uno de ellos cubierto de arena el chaman fija su vista porcina en la mía.

— ¿Qué miras? maldito seas brujo- el brujo no me contesta. Sonríe hasta que los torbellinos de polvo se lo comen entero.





Compromiso

Sofía me espera fuera con el trikkete arrancado. Después de la tormenta de arena de estos días el desierto se mantiene calmo. Las dunas se mueven de un lado a otro como olas de tierra, piedras cortantes por doquier y un calor abrasador. Los géiseres están a pleno rendimiento ahora para contrarrestar las temperaturas que dejo la borrasca.

—Ese tipo que te busca, el terrestre, no lo envía mi padre. Sofía mueve la cintura con soltura aupada en la motocicleta de hidrogeno mientras limpia los espejos manchados de rojo sangre.

—Me lo imaginaba. ¿Quién te lo dijo?

—Hablé con él en conferencia cerrada esta mañana, lo siento Juan pero a todos nos preocupa una visita de la Tierra. Esos no vienen a quedarse, desconoce sus intenciones, si te consuela está tan preocupado como tú.

—He decidido buscarlo, no voy a esperarlo como un coyote cojo en su madriguera.

—Yo voy contigo.

—Como quieras amor, pero estaría menos preocupado si no vinieras. Tendría que cuidar de ti y de mí al mismo tiempo.

Al momento estoy en el suelo. El ruido de los cinco muelles de la navaja de Sofía castañea en mis oídos, me caen un par de gotas de sangre del cuello al contacto de su filo.

—No encajas las bromas-la incordio inmisericorde.

—Pues yo me estoy riendo bastante.

—Esto no acabará con nosotros, amor.

—Juan, allá arriba las cosas no son como te las cuentan ¿sabes? Mi hermana se marchó a la Tierra hace años, tomó el monorraíl de las 15 hasta Schiaparelli y de allí voló a ese terruño. El viaje duró tres meses, durmió entre ganado y apestosos contenedores de Deuterio. Cuando llegó a la Tierra ¿sabes que? Estaba vacía, como oyes. Allí no hay nadie al que se le pueda llamar persona. Las máquinas se encargan de todo, los pocos que quedan están jodidamente modificados no como los búfalos, es otra cosa: maquinas simbiontes, cerebros dentro de maquinas que a su vez replican otras maquinas. Muchos viven en Virtual, ajenos a todo lo real y el resto no pasan de ser meros consumidores. Juan, este suelo que pisas, Compromiso, las dunas, los contrabandistas; es lo más parecido a lo que una vez fuimos.

—Ma que facce el imberbe en queste lugar, no tenemos nada que el necesite.

—A nosotros Juan, nos quieren a nosotros, pretenden domesticarnos. No les importa el deuterio ni el ganado. Para las Corporaciones somos una rareza, quieren que Marte deje de ser nuestro. Nos odian por lo que somos, por lo que ellos dejaron de ser.

Suena el interfono de mi vieja trickette, “jefe, no hace falta que busque al terrestre, se encuentra en Compromiso ha matado a un par de parroquianos y matará algunos más si no apareces” me dice la motocicleta. Salimos disparados como centellas.















Duelo

Desde la colina puedo ver Compromiso en su plenitud de medio día. Muchas casas de madera de Marte una aleación de carbono con tierra local, trickettes por todas partes y la parada del monorraíl que conecta el pueblo con la oficiosa capital Schiaparelli en el Continente de Madler; los búfalos descargan fardos de jugo de Oca, pilas atómicas de un metro cada una, maíz transgénico, armas de toda clase y cachivaches varios. Los carabinieri sestean apoyados en los dinteles de la comisaría, corretean niños. No veo niños desde hace años. Aquí no existe la decantación puedo ver a las matronas con sus gordas barrigas de embarazadas.

Parece que hay una trifulca cerca de la taberna, dos tipos se pelean a brazo tendido, viene una mujer y los separa corre a uno de ellos a gorrazos hasta el final de la calle. Desciendo con el trickette hasta el valle aliviado por dejar la mascara de oxigeno, la tierra me cubre entero de rojo.

Enfilo la calle principal sin desmontar de la motocicleta, las gentes me miran como fantasma, estoy cubierto de polvo rojo que al secarse parece sangre. He pasado dos noches al borde la muerte, he comido tierra, perdí parte de las reservas de agua, los labios rotos, estoy aquí y quiero ver morir al Plata. Poco me importan los motivos de Noslock, que desconozco, yo tengo los míos.

Dos carabinieri vienen hacia mí.

—Me envía Noslock, busco a Juan el Plata.

—Mira hijo me contesta paternal uno de ellos que me corten en láser si se quien es ese Noslock y con respecto al sinvergüenza de Juan, pregúntale a tu madre terrestre a ver si sabe algo de él.

—Claro, claro que sí agente.

Empiezo cortando la cabeza del que me contesta con el rifle en modo corte. La sangre le mancha la cara al otro que grita, un murmullo bajo más bien, está muy ocupado en recoger sus tripas.

Parece que este pueblo se ha quedado mudo o estancado en un segundo. Me miran, dejan de hacer sus cosas, solo los búfalos continúan con su trabajo, como si mi siguiente movimiento de castigo no tuviera que ver nada con ellos.

No tengo idea de por qué me busca he aprendido a disparar primero y no preguntar.

Se presenta en medio de la calle vestido de blanco, empapado de tierra del desierto, no tiene más de quince años. La mirada es asesina. Disparo, disparo y disparo.



¿Este es Juan el Plata? Me parecía más grande en los holos. Tengo el sol a mi espalda, no puedo fallar. Quiero que muera sufriendo. Descargo al estomago.



Esquivo las balas. Es rápido como el diablo. Pero yo soy marciano y el terrestre. Le queda mucho por aprender. Aquí está el Plata rodando de nuevo por el suelo. Me separan varios metros que aprovecho para disparar a dos manos. Veo sangre en su pierna o ¿es tierra? Maldita sea, no lo sé.



Me ha rozado la rodilla. Las piernas no me sujetan parece que ha tocado un ligamento. Está echado en el suelo, esperando a ver si caigo, tiro el colt, veloz no le doy tiempo a pensar, le agarro del cuello y aprieto.



Su furia es controlada. Quiere estrangularme sin prisa, bueno, yo tampoco la tengo cuando se trata de arrancar genitales de terrestre. Y no pasa nada, este tipo no siente dolor. Rodamos juntos, consigo zafarme y huyo a retomar fuerzas. Juan corre como un conejo, se retrepa tras una esquina, el cobarde Juan. Me busca arrastrando una pierna, recargo tranquilo, asomo la testa, él saca el otro colt y antes de apuntar caigo otra vez. Camina despacio, me ve desde su altura y saca un cuchillo enorme. “Con esto saco tripas” me dice en susurros al oído. Entonces se le vuela el sombrero.



—Ragazzo, vas a morir pero no seré yo el que tenga la suerte de llevarte al otro barrio. -¡Que me corten en dos, pero esa es la voz de Vincenzo! La última vez que lo vi estaba boca abajo colgado de un árbol de carbono. Yo lo colgué. Ahí está escoltado por su cuadrilla, le siguen los carabinieri y hasta el Prefecto.

—Ya te daré a ti cuando termine de morirme Vincenzo -le espeto.

—Cállate Juan el Plata y mírate, estás echo una piltrafa ¿No puedes con il bambino? Terrestre imberbe deja il coltello en el suelo. En Marte se mata por jugo de oca, por mujeres o por hombres, por juego o contrabando. No matamos por gusto hijo, eso se lo dejamos a los degenerados de la Tierra. Toma tu colt y enfréntate a un hombre como los dioses dicen que se debe hacer.

Todos se apartan y el chico y yo quedamos enfrentados. No creo en los dioses de Vincenzo así que saco una navaja doy un par de pasos rápidos y le rebano el pescuezo al infante.

Caigo, la arena se me mete en mi boca a cada respiración entrecortada, me falta el aire.

—Chaval. Tú te lo has buscado. Por un momento me las hiciste pasar putas, la verdad.

Las paparruchas de Juan a un moribundo. Desde mi lugar en el suelo veo como su chica le agarra de la cintura, todos sonríen, están felices de verme morir. Pretendía ser la Némesis de este poblado. De todo el planeta y para ellos no soy más que un terrestre loco que se desangra, una anécdota más dentro de los cientos de cuentos de sangre y muerte en la ley del más fuerte de Marte.

Se me cierran los ojos antes de ver a Juan apoyado en su chica y parte del pueblo entrar en el Porco Cane.



La cabaña

—Domenico Teocataplaste puedes hablar si quieres.

Podría preguntar donde estoy a la mujer madura que me observa sentada en una mecedora pero sería demasiado obvio por mi parte, ya me será revelado. Me encuentro en una cabaña de madera de carbono. Por las ventanas se ve a lo lejos el monte Olimpo en el horizonte, dos brillantes trickettes esperan fuera a ser montados; impolutos, reflejando en sus cromados los rayos del sol del medio día. Huele a salsa guisada.

—Eso que hueles es salsa napolitana, muy apreciada en los cantones de Marte, esas pobres criaturas no tienen ni idea de donde está Nápoles, ni falta que les hace. ¿No es cierto Domenico? La mía es especial, mi salsa. Nadie la cocina como yo.

— ¿Por qué me revives?

—Nunca estuviste vivo caro ragazzo, así que no puedes ser redivido la mujer me habla en un tono maternal que me desespera ¿Recuerdas a tus padres?

—Fui decantado, no tuve padres.

—Es cierto, casi lo olvido, mejor aún.

La mujer está vestida de amazona, el stennson en una mano que cuelga ahora de un perchero. Se retira a la cocina y yo la sigo. Me apoyo en la puerta mientras la veo trajinar con la salsa, la prueba con un cucharón de madera.

—De miles de eventos estocásticos los más probables siempre eran: muerte de Domenico. Pero lo quería ver por mi misma. Tu narcisismo es tan fuerte que no me preguntarás nada sobre como llegaste aquí.

Esperas que yo te ilumine y así lo haré. Te conozco bien, al fin y al cabo eres parte de mí. – La mujer aparta la salsa y empieza a cocer los spaghetti Me llaman OC, ordenador central, el viejo Chip, la Carcasa y muchas cosas más que ya sabrás.

Una vez que descubrí, por que yo descubro cosas ¿sabes? No, no lo puedes saber en tu avatar de humano desconoces lo que hace OC en secreto, yo me ocupo de que eso sea así. Como te decía una vez que descubrí otros sistemas con posibilidades de albergar vida inteligente, el viaje rápido entre mundos y un par de cosas más me pregunté ¿merecen la pena estos tarados flemáticos?

¿Merecen poblar el cosmos con un fin que ni yo puedo llegar a pensar?

Come pasta Domenico seguro que tienes hambre, no muere uno todos los días.

La verdad es que estoy hambriento. Me siento en la mesa de la cocina con mantel a cuadros. La mujer, OC o lo que sea, escancia vino de Oca de una botella con la base enrejada en mimbre. Me sabe delicioso.

—Tenía un dilema moral. Yo, una inteligencia artificial tenía disyuntivas púdicas. Aunque hace mucho que deje de pensar en mí como IA te lo puedo asegurar, no dejaba de rondarme esa idea en la cabeza. Pensé en masacrar a todos los humanos o mejor aún que ellos mismos decidieran hacerlo. A esa pandilla de inútiles les daba igual una cosa que otra. En eso se ha convertido la humanidad. Pero Marte…es distinto Domenico. Allí se vive. De tal modo que te cree a ti. Eres todo ego Teo pero también eres parte mía. Digamos que eres OC si OC fuese un psicópata. Te metí en un programa a ver que pasaba y los marcianos no me defraudaron.

—Noslock, el Plata, Roxana ¿no existen?

—Todos están vivos en modo real por supuesto. Tomé este Universo como modelo y te metí a ti, luego esperé. Eres parco en emociones Domenico incluso siendo yo me cuesta saber si te produce sorpresa lo que te expongo.

—Los echo en falta. Me gustaría volver a Marte.

—Para matarlos a todos.

—No puedo explicar el por que. Quiero regresar y se que no existe nada de aquello, al menos nada en lo que yo estuviese presente, me siento vacío.

—Puedo hacerte volver en modo real si quiero.

— ¿Puedes?

—Si, pero si decides hacerlo estarás desprotegido, tu componente psicopático debe desaparecer. Puedo hacerlo. Tú decides.

Sorbí el último de los espaguetis. Apuré el vaso de vino.

—Uno de esos trikettes es tuyo. Monta y vete. Cuando llegues a Compromiso nadie te conocerá puesto que nunca estuviste allí en modo real. Buena suerte ad buona vitta Domenico.

Epílogo

Las turbinas están cargadas y mi aire acondicionado (hace mucho tiempo que a Marcelo, el dueño del Porco Cane al que le volaron los sesos en una trifulca, dejó de ser el único propietario de uno de estos) bufa brisa fresca que llega hasta el porche. Una nube de polvo se acerca. Es Luigi montado en su destartalado trickette, mi vecino por llamarlo de alguna forma, su cabaña está unos treinta kilómetros de la mía. Somos viejos chochos cansados de la escoria humana hasta los tuétanos y nos curamos de esa enfermedad visitándonos de vez en cuando.

— ¿Todavía te aguanta el culo esa cosa? le pregunto mientras sujeto las tazas de te frío aliñado con jugo de oca.

— ¡Pero que dices Ragazzo!, es una Daiseikai importada desde la Tierra, una joya.

—Una porquería reconstruida, eso es lo que es. Aún recuerdo a su antiguo propietario.

Recuerdo muchas cosas ahora que soy viejo, cosas que no se si pasaron. Luigi se sienta en el porche conmigo, intuyendo el fresco del interior se hace el remolón hasta que yo lo invite a pasar.

— ¿Quién queda en el pueblo ahora? de los de antes, de los nuestros.

—Muy pocos Teo. Y además, seguro que ni los recuerdas.

—Los malditos Sistemas Exteriores dejaran Marte vacío.

—Ya lo está Teo, ya lo está.

Pasamos al interior camino de la cocina. Luigi me toma del brazo.

—Viejo, cuéntame eso del Plata, ya sabes ¡Teo contra todos! Que bueno.

—Ese sueño es mas añejo que nosotros, y cada vez que me encuentro en él tengo nostalgia ¿se puede tener nostalgia de un sueño Luigi?

—Se puede sin duda. Mira lo que está pasando. La diáspora a otros mundos era un sueño y ahora está ocurriendo aunque para nosotros ya es pasado Teo.

Caliento los spaghetti y Luigi sin más atraso preparara su salsa napolitana especial. Nadie la cocina como él.