7 de junio de 2021

Poder volar

 


Tener los ojos azules y volar me encargó la joven que irrumpió en la tienda de modificaciones. Me dejó el salario y escapó siguiendo su propio aliento tras las puertas batientes. 
En aquellos días, donde todo se desvanecía en pocos segundos, el tiempo no significaba nada, se viajaba de un lado a otro de nuestra línea temporal y las gentes aparecían o deshacían; todo era inestable.   Cada cual hacía su vida de espaldas a los demás o en plena comunión, los sexos se transformaban en modas y los viajes a uno u otro lado del presente no tardaban más de unos segundos. 
En aquellos días de caos y orden, un deseo de esas características resultaba tan sutil como predecible.
En aquellos días, antes de que el tiempo colapsara y todo volviera a ser inmutable, de hace tanto, me perecía banal tal codicia pero el cliente manda.
Las alas deberían de ser frágiles, para cazar lo etéreo, como el sonido de lo mudo, y al mismo tiempo poderosas para sostener el cuerpo, bellas y pequeñas alas que revoletearan más como colibrí que como pájaro al uso, de todas formas el colibrí es el insecto de las aves. Todo ello no me llevo mas que una jornada que alternaba con mi partida de backgammon con el colega Wu , el librero de la tienda de al lado.
Wu se reía de mi despreciable trabajo, un genetista era algo sucio. 
Los ojos… al principio utilice un modelo estándar pero cuando observé el añil no quedé satisfecho, tenía que ser algo diferente. Probé con muchos modelos y ninguno me satisfizo. La búsqueda se transformó rápidamente en obsesión y hasta la partida tradicional con Wu, algo inaplazable hasta entonces, dejó de motivarme.
Estuve visionando hologramas de hace mucho tiempo. Interpretaba la inspiración no la buscaba, una técnica infalible.
Entonces me fije en el cielo de aquel año de juventud.  Una cosecha de cielo magnifica, reposado y profundo, la tonalidad perfecta con la combustión exacta de polución, aún quedaban combustibles fósiles.
Una pátina de nubes a pinceladas, apenas perceptibles, añadían el blanco ideal, el reflejo verdoso del río acentuaba la nostalgia del impacto emocional.
El invierno hace poco que acabó, en aquel tiempo onírico y lejano de hace décadas, y las frías mañanas se apaciguaban para dar paso a una primavera húmeda de calles mojadas de rocio y lluvias nocturnas, de callejones estrechos y sueños de mañana después de disfrutar de la noche. 
Y de esa forma atrapé el tiempo en  aquel instante y lo introduje en la codificación genética.
El resultado me pareció desalentador. Quedé solo con la partida de bacakamón flotando en mi mesa elucubrando sobre el color que jamás conseguiría.

Pasado el plazo la joven entró en mi cubículo para probar su encargo y yo no estaba.
Wu se mecía la larga barba mientras rozaba levemente las fichas en el tablero.

—Se marchó – le dijo el librero sin mirarla a los ojos.
—¿ Y mi encargo?
—Fue a buscarlo pero no volverá, tengo las alas.
—¿Ya me encontró?
—Si no está aquí es evidente que sí.

El reflejo del pasado se fue con una sonrisa en los labios batiendo las alas, buscando su aliento en otro tiempo, cabalgando en unas alas de colibrí. Después, como el tiempo pasado, ella se deshizo. 

25 de mayo de 2021

Recuerdo los girasoles

 


Recuerdo los girasoles, una alfombra oscura en el suelo salpicada de tallos gruesos como un brazo.

Desgranábamos el tiempo en largas horas después de clase hasta el anochecer, moríamos sin saberlo matando la infancia con trabas ocultas, juegos absurdos; mentiras estudiadas a sabiendas.

Una "Renault 4" blanca rotulada en los costados de verde, coronada con una larga antena recorría siempre el sendero buscando intrusos: el patrullero de Zona Este. La aventura consistía en franquear aquella antigua base militar aledaña al aeropuerto, donde antaño cargueros volantes vomitaban enormes paquetes atados con cintas. Permanecer escondidos para después dejarnos ver , como asaltantes , bandoleros de diez años, si el patrullero te atrapa llamaran a tus padres; eso no puede ocurrir Juan , ¿lo recuerdas?

Nunca antes vimos al conductor, tan solo una sombra en el volante así que esa tarde nos quedamos mudos de asombro cuando la chica del pelo rubio abrió la puerta del “cuatro latas”, buscó algo entre los girasoles, se le transparentaban las bragas embutido el trasero en un pantalón de hombre, estábamos extasiados mientras aguantábamos las respiración .El olor a Jaramago tierno nos llenaba las narices y Juan se orinaba como siempre que se ponía nervioso.

La mujer sacó una bolsa de plástico enterrada, sopló esparciendo trocitos de tierra en su cara pecosa. La chicharra del transmisor desde el vehículo se perdía, se perdía... un susurro acólchante y maléfico, un sonido de otro mundo en un lenguaje extraño. Sacó un cuchillo de unos veinte centímetros, por un momento pensamos que correría hasta nosotros para desollarnos allí mismo; Juan se lo hizo encima.

Al mismo tiempo los girasoles cedieron en oblicuo, acercando sus cabezas amarillas hasta la mujer esperando un secreto, en intimidad compartida un arcano entre las plantas y ella. De golpe los sonidos del transmisor se esfumaron, llegó la noche y un último reflejo escapó de la hoja del machete.

Allí mismo se cortó las venas y la sangre fluyo mojando el suelo marrón y te juro que los girasoles se volvieron humillados hasta el piso en señal de acatamiento.

Lamió la herida y torno en blanco los ojos degustando su propio néctar, con la lengua apuró las últimas gotas chorreantes, era granate sin esas pequeñas pústulas blancas que se forman al respirar por la boca en vez de la nariz.

La saliva se derramaba turgente y espesa. Juan olía a miedo y ella pareció percatarlo.

Salimos corriendo en estampida mientras nos seguía, el hedor de Juan se le escapaba por los poros dejando un rastro ocre como el orín en sus pantalones.

El bloque de pisos quedaba muy lejos, los jaramagos se nos enredaban en las piernas, Juan lloraba pues se sabía víctima. Las luces del aeropuerto me recordaron la base a los pies de la montaña de   “Encuentros en la tercera fase”. Más allá del bosque de eucaliptos la película se hacía realidad en mi cabeza y extraños experimentos con extraterrestres se llevaban a cabo.

Al fin llegamos a casa, sudorosos cada cual se hibernó en su cueva correspondiente pero ¿Qué fue de ti Juan?

Una vez en la cama seguía pensando en las luces del horizonte, en mi cabeza el aeropuerto era solo un trampantojo para esconder algo secreto y peligroso.

Mi compañero solo ocupaba un pequeño retazo de mente, me mantenía en estado de shock letárgico, incólume a los daños, zombi hasta la salida del sol, demasiado para aceptarlo.

En clase Juan llegó el último. Reía, bromeaba como siempre con esa cara bobalicona como de vaca, enjundiosa a veces. Rodrigo el profesor falangista desgranaba uno de sus discursos .Para cualquiera es difícil disertar sobre física y hacer apología del bolchevismo/nacionalista, no para él, siempre quedaba extasiado con este hombre, todo transcurría con aparente normalidad.

Juan se sentaba un pupitre por delante y en un momento dado se volvió hacia mí. Sus ojos, ahora de color ambarino rozando la fosforescencia de un insecto, no eran humanos. Primero emuló una sonrisa que no consiguió dibujar, intentó otra mueca parecida a una cara triste con idéntico resultado, intentaba imitar, copiar las expresiones , durante ese instante Juan estaba poseído por algo distinto, buscaba mi aceptación el visto bueno de su recién adquirida humanidad.

<<Déjalo Juan, me das miedo, vuélvete>> le dije en susurros. <<Gomia me fiar te jada>>,me contestó con mi propia voz. 

No entendía , de forma que lloré en silencio mientras ocultaba mi vista con las manos dejando un hueco de carne en apariencia de tubo con el que enfoqué el aeropuerto desde la ventana de la clase. De día no parecía igual , un cúmulo de piedras y esta vez mi cuerpo no respondió al peligro. Me desmoroné en la silla y quise permanecer bajo la mesa hasta el final de la clase.

El maestro miró a Juan y asintió, recordé entonces los girasoles.

 

14 de enero de 2021

Disforia

 
 
¿Qué dirían que soy? – Tan tremebunda pregunta queda colgada en el aire, algunas personas se ruborizan, otras evitan mirarse- os prometo que a veces se me olvida. Tengo que mirar la ficha para recordarlo. El condicionamiento genético, el mal en mí ha desaparecido y las premisas igualitarias ocupan ahora su lugar. No es ficción, amadas personas, muchos de ustedes servidores de la ciencia que tanto bien nos hace, pensarán, ¿cómo las ideas pueden estructurarse en la cadena de ADN? Es una metáfora, un juego de palabras, ¡NO! es real, no sin esfuerzo hemos conseguido este milagro. La tabla rasa de la equidad será de nacimiento pero hasta entonces es vuestra responsabilidad corregir, castigar y reinsertar la herencia. 
Esta mañana estuve paseando por el Parque Igualitario. Un esplendoroso día de solsticio de verano y mientras que los Conjuntos familiares disfrutaban de la salida del sol no eran sabedores, por su falta de responsabilidad, de los juegos de las criaturas. 
Juegos sexuales inadecuados donde algunas criaturas tomaban Géneros definidos, me atrevería a aventurar de acorde a sus fichas e instintos primarios. Victimas sin saberlo estas púberes criaturas del mal de la testosterona, del olvido irresponsable de sus Conjuntos. 
Durante un tiempo la educación y el condicionamiento adecuado nos ha modelado en lo que somos: IGUALES. El trabajo es vocacional y nadie está sometido, como allá de donde marchamos, a vender su esfuerzo a nada ni a nadie. 
Para que avancemos como especie y podamos dedicar nuestros recursos en expandir La Idea, la ciencia debe ayudarnos. Los avances en este sentido son cada vez más amplios. En unas décadas seremos iguales de nacimiento. Hasta que ese gran momento llegue trabajaremos para borrar cualquier condicionante heredado. ¿Cómo se ven? Yo os lo diré: os miráis en un espejo, eso es lo que veis. Cuando contemplo a esta audiencia me observo a mí en miles de rostros. 
Gaviota se toca la cabeza, una llamada entrante en pleno discurso. 
— Tengo que reimplantarme otro teléfono, le dije que no admitiera llamadas 
durante el discurso. 
— Pero yo no soy cualquiera Gaviota, soy tu excepción. 
— Suéltalo Alce, me lo voy a perder y luego nos toca hacer el cuestionario, ya sabes lo que pasa si no respondes de manera correcta. 
— ¿Te apuntas esta noche? 
— ¿En pleno solsticio? 
— En eso reside la gracia del asunto. 
— ¿De qué vas a ir? 
— Encontré unas fotos, autenticas fotos, pura química. De ahí tomé el modelo. 
— No tengo nada preparado. 
— ¿Qué eres, Gaviota? 
— No puedes hacerme una pregunta tan obscena en pleno discurso, ya estoy a mil solo de oírte. 
— Esta noche a las diez. Hemos cambiado el lugar por seguridad, te mandaré ubicación unos minutos antes. 
Los termo difusores caldean el aire con sabor húmedo en la nave industrial abandonada que sirve de pista de baile a los disidentes. 
Alce luce un corte de pelo militar, la cabeza rapada, camisa de cuadros, botas de montaña y tirantes, le enmarca el rostro una barba postiza muy natural de color rojo. Por su parte Gaviota deja ver sus piernas hasta casi donde estas se tornan en trasero, una pequeña falda de cuero a juego con la chaqueta, el cabello elevado y teñido de varios tonos de rosa. Apasionados, los amantes platónicos remedan no serlo a base de roce con sus labios. El pequeño cuerpo de Alce aprisionado entre un muro y los falsos pechos de Gaviota. Alce desconoce si Gaviota tiene senos auténticos o deja de tenerlos, puede que nunca lo sepa. Ese secreto mórbido solo lo sabe su ficha. La música suena sorda en cada oído de los disidentes para no dar pistas a la policía; un observador vería cuerpos muy definidos en sus Géneros contorsionándose, besándose, frotándose entre ellos en un rumor mudo. 
Por un instante los amantes efímeros dejan espacio entre sus cuerpos para saludar a Árbol y Cima, dos buenos miembros de relación fraterna. Ambos visten trajes de baño y lucen sus falsos senos de tamaño desorbitado al aire. Tomados de las manos se acercan al dúo. 
— ¡Queridos fraternos! Sabía que no faltaríais a la fiesta- exclama Alce. 
— Por nada del mundo, fraterno Alce. ¿Sabéis lo nuevo?-pregunta Cima. 
— Suéltalo – insiste Gaviota, con su típica palabra. 
— Hemos cursado una solicitud de reproducción. 
— Pero eso es muy bueno Cima- Alce parece rumiar envidia al pronunciarse.
— No tanto- replica Gaviota, colocándose con gracia un mechón rosa sobre la frente- es como ir al gimnasio, unos vasos dilatadores y algo de esfuerzo, perdonadme que hable tan claro al respecto fraternos, es lo que pienso. 
— Te apreciamos por tu sinceridad Gaviota, precisamente por eso.- continúa Árbol- Suponiendo que seamos… Bueno, ya saben, compatibles. 
— Ese secreto se lo llevará a la tumba tu decantador, ¿os habéis mirado las fichas? 
— ¡Qué pornográfico, Gaviota! – en la penumbra de la nave el rostro de Cima parece refulgir de rosado que está. Todos ríen ante tamaña ocurrencia. 
En la mañana siguiente Gaviota termina de realizar el Test de aprobación del discurso, no recuerda demasiado sobre lo que dijo Conferenciante pero se tranquiliza diciéndose que ‹‹siempre es lo mismo››, tiene pocas posibilidades de fallar. Toma entonces un par de píldoras inhibidoras de menstruación‹‹ para lo que sea que sirve aquello››, todas las personas están obligadas a tomarlas y una más de propina para la resaca. 
Se observa en el espejo, ‹‹que aburrido, siempre igual, todos los colores para todo el mundo››, echa en falta ropa oscura puede que algo ceñida y maquillaje en la cara; un rostro, el suyo, no muy distinto de otros miles en la colonia. 
El día se avecina rutinario: supervisión de las nuevas obras de arte, autorización de las mismas y posteriores exposiciones. Un trabajo elegido, vocacional y como todos remunerado según horas/esfuerzo, solo el excedente, el resto ingresa en la colonia. Muy pocos toman el excedente, puede acarrear sospechas de disidencia. Gaviota suele donarlo al Buró. Apenas hay trabajo en la colonia, la supervivencia mínima está asegurada y los trabajos pesados lo realizan las máquinas. El teléfono suena en su cabeza. 
— Dime, Alce. 
— ¿Por qué no nos reproducimos? 
— Es una pregunta antigua y ya sabes la respuesta: no sirve para nada. 
— Para mí sí. 
— Alce, lo hemos hablado muchas veces, esto ya cansa. Las criaturas no nos pertenecen, son de la colonia. Solo nosotros sabremos que nos hemos reproducido. 
Las criaturas asignadas pueden ser de cualquiera. ¿En qué te ayuda eso? 
— Es condición indispensable para la asignación. Me parece una actitud egoísta por tu parte. 
— ¿Egoísta? ¿Recuerdas donde estuvimos anoche? Y no es el lugar más propio de unos miembros progenitores. 
— Desde luego que si y ¿sabes algo? Me he percatado de una cosa.  Una persistente idea de Género, ¿Desde cuándo no cambias tu imagen en las fiestas? Siempre con esa falda corta, ¿Qué te crees que eres? 
— Suéltalo ya. 
— No me hagas decir esa obscenidad pero es lo que pienso. 
— Yo la diré por ti, Alce. 
— Ni se te ocurra. 
— HEMBRA, una mujer a lo peor. ¿Eso crees que soy? ¿Tienes idea de lo que figura en mi ficha? No sabes nada de mí. 
— Eres repugnante. 
— ¿Sabes qué?- Gaviota busca entre los papeles de la mesa- esta es mi ficha, la tengo en la mano, conecta la pantalla. 
— No serás capaz – de todas las maneras, Alce encendió el monitor. 
— No agaches la cara, y mira esto – Gaviota acerca la ficha a la cámara y esta se reproduce en primer plano al otro lado- Y BIEN… — No… no debería ver lo que he visto, es ilegal. 
— ¿Crees que mi importa una falda o unas tetas falsas?  Queremos hacer lo que nos plazca con nuestros cuerpos, dejar libre la herencia y los impulsos. El Género es lo que menos me preocupa.- Alce comenzó a sollozar- Esta falsa equidad nos está matando. Y tú pretendes traer a este infierno a más personas. Eres aprendiz de disidente Alce. Te faltan agallas. 
— Nos estarán grabando ahora, ya estamos condenados. 
En aquel instante la puerta del apartamento de Gaviota se viene abajo. 
Una cuadrilla de policías- vocacionales, remunerados según horas/esfuerzo, deduce Gaviota- irrumpen en el despacho ataviados con cascos, los rostros permanecen ocultos. Apresan a Gaviota al instante. 
— Teniente Mac Ferson- se presenta uno de ellos - esa de allí es la Capitana Sánchez, tiene que decirle algo-Gaviota es la primera vez que oye ese tipo de nombres. Asiente esperando su confinamiento. 
Uno de los miembros de la escuadra se le acerca, de baja estatura como todos los de la colonia en comparación al resto de policías. Se descubre para mostrar una cara 
‹‹diferente››, desde luego ‹‹no era un espejo donde mirarse›› como diría Conferenciante. Toma su ficha de la mesa. 
— Está bien muchacho, eso pone aquí. ¡Maldita sea, es que todos tenéis la misma cara!: XY. 
No te apures, necesitamos tipos como tú allá afuera y esta es una manera de reclutar tan buena como cualquier otra. Seguro que te gusta el exterior más que esta pocilga igualadora de tontos, ¿todos los cerdos no son iguales, cierto muchacho? Algunos son más iguales que otros, no es mía la frase pero seguro que te gusta. Teniente, nos marchamos. 
El procedimiento habitual, este hombre no ha existido nunca, precinten el apartamento.