1 de agosto de 2020

El Extraño caso del Doctor Valdivia





Recuperaba el tiempo perdido, como lo oye, tenía la asombrosa virtud de retrotraer el espacio/tiempo a su antojo, con una regla muy clara: solo era recuperable el tiempo que consideraba inútil.
Valdivia entraba en un bucle creado por ciertas ondas desconocidas. Me atrevería a señalar una hipótesis: el doctor doblaba el Cosmos, como una hoja de papel lo hacia, uniendo ambos extremos, siendo la realidad una mancha de mercurio que se desliza por la misma y acaba en el otro lado.
Como era habitual en nosotros, apurando nuestros cohíbas con parsimonia mientras el calor del coñac se desparramaba por nuestras gargantas, soliviantaba el ánimo del doctor con mi última opinión, al momento una sensación de dejavú me invadía y encontraba sonriente a mi camarada,
— ¿Lo volvió a hacer? – Le increpé – no soporta mis tesis y yo sin embargo me deleito con las suyas.
—Es ley Don Javier, es ley – y exhalaba el humo como la respuesta que no le hubiera gustado dar y sin embargo dijo.
Intenté estudiar a mi amigo impertinente, el con gusto se ofreció, mi campo es la psiquiatría y no la física cuántica, mas propio del caso a analizar, me decanté pues por versionar, por decirlo de algún modo, su aparente realidad empírica.
— ¿Somos reales Valdivia? o ¿tan solo un producto suyo? ¿Se cree Dios?
—Querido amigo, eres tan real como tu creas serlo, para mi lo eres, muy real. Vivo con este don desde pequeño, tu piensas que es algo magnifico, para mi es como beber agua.
—Pero si quisiera me haría desaparecer – entoné lastimeramente, poco propio de un psiquiatra, tiene razón – en el momento que su cerebro procese una falla un desliz con respecto a la utilidad de conservarme como amigo, ya no estaré aquí Valdivia, estoy pues a su merced.
—El día que eso ocurra , Don Javier – pronunció mi nombre de pila con cierto afecto , las arrugas de su rostro se afianzaron , se anclaron en las comisuras a ambos lados de la boca , me recordó un viejo muñeco de ventrílocuo con las grietas en la madera para articular las mandíbulas – ese día sin duda, usted será el primero en saberlo , una pena pues será su ultimo recuerdo ¿ donde se encontrará más tarde, después del no existir Javier ? eso lo averiguará usted in situ no se apure , me es grata su compañía y el estudio que me realiza no lo considero una perdida de tiempo.
Transcurría el verano candorosamente en nuestro retiro. Las mañanas eran tan lentas y placidas, realizábamos prácticas de tiro al plato y de precisión, es un desfogue personal, martillar el arma, sentir la pólvora en el ambiente. Al poco aficioné a todos los profesores a esta práctica. El retumbe de los impactos llenaba de ecos el cercano bosque espantando a los curiosos.
La noche estaba dedicada al estudio. Yo continuaba con el mío: El caso Valdivia, como gustaba de nombrarlo y no eran pocas las reuniones de colegas a la luz de la luna en el porche de mi casa de campo.
Atalaya nos servía limonada y los mosquitos se dejaban matar en la nebulosa azul de la trampa. Los chisporroteos continuos de esos pequeños cuerpos chamuscados acrecentaba la impresión de un tórrido verano, tan fugaz como nuestras vidas.
Los profesores se liberaban en este ambiente y las mas atrevidos debates surgían espontáneos; luz de luna antigua acompañada de quinqués de petróleo, teorías erráticas y superfluas, camaradería y risas en nuestro particular curso de verano.
Valdivia vestía de blanco con lazo negro al cuello, un cacique sureño parecía, ni una sola gota de sudor mientras que el resto nos abanicábamos con hojas sueltas de papel: tesis y antitesis, estudios varios y propuestas continúas como el continuo temporal. El mismo que el doctor variaba a su antojo, con sonrisa de escultura egipcia del periodo de Tutankamon.
Valdivia no perdía el turno y se saltaba los parrafadas de los allí presentes cuando le parecía, así el puñado de científicos y profesores veraneantes llegaban rápido a las disquisiciones coyunturales, sin paradas, directo al meollo, el doctor era pieza clave en estas reuniones.
No es que a Atalaya le agrade el rol de mujer antigua, sin duda es la más capaz de todos nosotros, el hecho de servir la limonada lo hacía con gusto, oía, estudiaba, nos clasificaba y esperaba su turno en los debates. Atalaya era una maquina de pensar lo más parecido a un androide japonés, fría y certera, su respeto estaba fuera de toda duda. No tardó Valdivia en hacerle el amor, me imaginé un rostro hierático enfrentado a otro maniqueo, mientras el bucle se cierra en torno al tálamo como ojo de Saurón.
El tiempo es plastilina en manos de Valdivia, orgasmos continuos y eficaces en dos seres que no tienen necesidad de ello pues son maquinas humanas.
Un escalofrió recorrió mi cerviz mientras cavilaba en esto y siendo él un ente cuasi telepático lo advirtió.
— ¿Algún problema querido amigo?
—Lees la mente además de doblar el Cosmos, demasiado para un solo hombre, ¿cuantas veces lo hiciste esta noche? – las chicharras justo en ese momento empezaron su cantinela, el doctor se volvió hacia atrás, parecía buscar un enemigo invisible luego se incorporó de la silla de nea y acercó su boca a mi oreja izquierda.
—Maldito cabrón, Javier eres un puto bastardo. – dicho esto la sonrisa de momia volvió su rostro y como si tal cosa agarró la jarra de limonada.
— ¿Un poco más de refresco colega? – me preguntó, Atalaya en la esquina del porche clavaba en mi su mirada de gata autista sin cruzar palabra.
Comprenderá a estas alturas que la situación no podía ser mas inquieta para mi persona, no sabía a que atenerme, el antiguo afecto en mi amigo o enemigo ahora y elemento de estudio, me parecía tan falso como la risa de un trofeo de caza ¿cual es su verdadero espíritu? ¿Que motivación mueve a Valdivia?

Atalaya se murió sentada en la cama en el cuarto de invitados, el brazo derecho extendido hacia delante con la palma de la mano hacia arriba, la boca abierta, tiesa como pata de cabra, helada. Ataque al corazón dictaminó el medico, Valdivia encendió un cohíba mientras el decano dictaba su examen a la espera de su llegada sr. Juez. El humo voló por la estancia e imaginé el espíritu de Atalaya saliendo de la cueva abierta de su boca, mezclándose con la emanación del cigarro.
— ¿No puede arreglar esto doctor Valdivia? – le pregunté, no sin falta de ironía.
— No – escueto Valdivia, me arrojó algo de humo en la cara.
—Deduzco por tanto que le parece correcto, digno de su personal tiempo, sin falta ni enredo, lo ideal, la muerte de nuestra compañera es lo justo para usted.
— Llegó su hora, era buena amante Don Javier, disfrutó de la vida, seguro que mas que usted, ¿como marchan los estudios sobre mi persona?
— Me acerco bastante a una conclusión –sus pasos sr. juez replicaron en ese instante por la escalera – podríamos decir que está casi listo, la muerte de hoy es algo característico y no descarto que usted tenga algo que ver en ello.
El aliento muerto de Atalaya rozó mi nuca en ese instante confirmando mis sospechas, susurrando algo incomprensible, un lenguaje oculto, antiquísimo.
Usted entonces irrumpió en la habitación, los profesores nos echamos a un lado, el policía que lo acompañaba comenzó a tomar nota.
— ¿Por qué tiene el brazo así? esto requiere una autopsia, no es lógico – el medico asintió, el policía nos repasó de un vistazo, para el todos éramos ya culpables de asesinato. Valdivia fumaba recostado en la pared con aparente tranquilidad.
Cuando todo esto ocupaba mi campo de visión, la estancia giró se volvió o desgranó no sabría definirlo, me transmute, ya no estaba allí. Estaba sin estar, vivía sin vivir, sentía sin sentir pero nada escapaba a mi persona, todo lo misterioso era un juego de niños, el escondite cósmico perpetuo y eterno del hombre.
Supe entonces que esta maniobra cuántica era obra de Valdivia.
Estaba haciéndolo, pero esta vez yo era sabedor de todo, una falla un desliz en la línea temporal, una grieta en la hoja de papel donde la gota de mercurio, que soy yo, se cuela de soslayo. Puede ver, afirmar, al igual que Atalaya, ella lo supo. Yo flotaba en el techo entonces no era nada y lo era todo :
Valdivia se viste después de realizar el acto con Atalaya, le parece poco y decide matarla para dar gusto a su cuerpo de una manera mas profunda e intima que el propio acto; es un psicópata con un regalo del cielo. Atalaya lo intuye y se le ofrece ¡se le ofrece! le entrega sus venas, se las dona, extiende el brazo para que el las corte; las lama, chupe su sangre, no lo sé. Él sonríe, es mucho más oscuro que todo eso y decide matar a Atalaya a su manera congelada en el tiempo, atrapada en un bucle temporal en un folio en blanco, consciente y al mismo tiempo muerto. Puede comunicarse solo en susurros está en el otro mundo y en este.

Las escopetas de tiro se encuentran a solo un “vuelo” escaso del techo en el mueble auxiliar, Atalaya abre la boca de puro asombro. Un arma se materializa al instante tras el oscuro doctor, el disparo es sordo: Valdivia cae.
He pensado mucho sobre esto señor Juez y acato su decisión, soy psiquiatra y entiendo que para usted la justificación de reclusión en este hospital es lo mas acertado, agradezco sus visitas y preocupación por mi estado, si yo me encontrara en su pellejo actuaría de igual forma, aquí me encuentro seguro.
Atalaya murió de todas formas; con el brazo extendido y la boca abierta.

Él nunca encendió un cohíba en presencia del medico, el policía no tomó nota alguna, para usted eso no pasó, sin embargo fue muy real para mi.
Valdivia no pudo evitar su propia muerte, por una razón lógica a su regla, creía firmemente que ese era el final, el correcto y único y nada inútil tiempo de su obituario y en todo caso suicidio ¿quería el doctor morir? ¿Era todo un plan perfecto para que yo cercenara su vida de un escopetazo? ¿Era deseo de Atalaya, masoquista sin duda, acabar de esa forma para siempre? que mejor y delicada tortura para una sumisa esclava.

—Puedo prescindir de todos esos interrogantes Sr. Juez, salvo uno: ¿quien era realmente el Doctor valdivia?, me perseguirá hasta el último día de mi vida.
¿Qué tiene que decir sr. Juez?
— Ese día sin duda, usted será el primero en saberlo, una pena pues será su último recuerdo ¿donde se encontrará más tarde, después del no existir Don Javier?