Kaufer / Rock
Había que subir a la azotea para poder verla por entre el cielo clarísimo que atardecía en amarillo. Este es el único lugar donde oscurece en ocre, por que el ámbar inunda cada rincón de la ciudad: la tierra, los portones de las casas derribadas, la verdina entre los azulejos y los jaramagos que crecen en las grietas de los derribos.
Había que subir a la azotea para poder verla por entre el cielo clarísimo que atardecía en amarillo. Este es el único lugar donde oscurece en ocre, por que el ámbar inunda cada rincón de la ciudad: la tierra, los portones de las casas derribadas, la verdina entre los azulejos y los jaramagos que crecen en las grietas de los derribos.
Y es que para verla había que
subir. Detalles de color y forma se apretujan en las neuronas del recuerdo.
Una escalera de barro viejo con
perfil de hierro en los bordes; retorcida en las esquinas y recta al final en
forma de pasarela iniciaba el camino hacia una nueva dimensión.
Un cosmos de telas frescas
colgadas en alambres que respiran buscando aire de la mañana que se va. Para llegar
hasta aquí hay que subir no solo la escala también los sentidos. Si fuese de
otra manera no podrías verla; estarías ciego.
En una parte de la calle se
quedaban los balcones, colgados de un solo lado, en extraño equilibrio, tapados
con persianas en verano o recogidas estas en invierno con cuerda de plástico
verde; un rodillo de tablas sobre las cabezas.
Se podía escuchar a las madres
llamar a los cachorros a refugio y sus quejidos, haciendo eco en las paredes de
cal , el túnel blanco donde viven los escalones, llegaban a los oídos durante
el ascenso. Un último peldaño y ya todo quedaba sordo. Una brisa tenue silbaba
al pasar por la madera del marco sin puerta. Al otro lado: un desierto de techos,
dunas de teja que se perdían en el infinito, se podría imaginar, por aquel
entonces, que caminando por ellas se podría llegar hasta el final donde se
encontraba sin tocar nunca el suelo.
Para llegar hasta aquí hay que subir no solo la escala también los sentidos. "Si fuese de otra manera no podrías verla; estarías ciego".
Para llegar hasta aquí hay que subir no solo la escala también los sentidos. "Si fuese de otra manera no podrías verla; estarías ciego".
La ciudad de amarillo
resplandecía antes de ocultarse.
Allí con los brazos apoyados en
el muro salpicado de detritus de palomas y la inmutable verdina entre el granito,
de humedades secas de varios inviernos, se presentaba al escalador: la torre.