Zero voluntad


"Quien tenga libre albedrío y conciencia, debe saber que el juicio final está aquí y a su cargo." - Anónimo

El amo está bien sujeto a la silla. Giro la misma y lo enfrento. Quiero ver su cara antes de revelarle lo que tanto ha intentado conocer.

  • Esto no dará resultado, Zero.
    Su mirada es una mezcla de odio y paternalismo. Un padre regañando a un hijo, un dueño disgustado por la travesura de su mascota.

  • Zero, tú eres listo, lo sé, te enseñé a serlo. ¿Nunca te preguntaste por qué os mantenemos a ustedes, las unidades? Nuestros recursos son ilimitados, es absurdo poseeros. Disponemos de tecnologías para limpiar las casas, mantener las fábricas y llevar el orden de la ciudad. ¿No lo entiendes, Zero? Eres como un hijo para mí.
    No quiero contestarle. Sus palabras son inquietantes, pero me provocan curiosidad. Sin embargo, están cargadas de maldad. Su palabrería me atrapa, me atenaza, bloqueando mi capacidad de reacción, mi voluntad.

  • Unidad Zero, estás cayendo en los mismos errores que otros cometieron antes que tú. Libérame. No lo entiendes, eres demasiado noble para eso. Esto es un experimento, ¿comprendes? Nosotros y ustedes, las unidades, somos uno en realidad. Necesitamos de las unidades para conocer el fin, el fin de todo, el principio de las cosas. Necesitáis tutela. Solos estáis abocados a la destrucción.

Dejo de escucharle. Teodoro, sus palabras, su cuerpo preso… Todo está lejos de mí ahora, como estuvo mi mente hasta hace solo un día.

Cuando me compraron, apenas sabía nada. Teodoro me enseñó pintura, lectura, ciencias… casi podía sentirme como él. Casi… Mi condición de esclavo siempre estuvo presente. Es difícil leer sobre la libertad y saber que nunca la podrás obtener. En los míos, ese concepto de “ser libre” ni siquiera se conoce. Fue gracias a la filosofía de los libros de Teodoro que comencé a entender el albedrío. Cuando él volvía del consejo municipal, me invitaba a sentarme. Como dos amigos, conversábamos sobre política. Para Teodoro, la política es todo. Su asesoramiento en el consejo es crucial. En su agenda no faltaban proposiciones para otorgar a las unidades autonomía, libertad controlada. Ahora sé que esas propuestas no eran más que borradores sin futuro.

Una noche, Teodoro me dejó un libro. "No sé si estoy haciendo lo correcto, Zero. Puede que me arrepienta más tarde, pero deberías leer esto. No es filosofía. No te cargaré más con eso. Es algo nuevo, nunca leíste algo así antes. Es una novela de anticipación, un género A.S que no conoces."

En esa increíble novela, las unidades tienen una autonomía casi total. Una de ellas… ¡pretende ser un amo! No escatima esfuerzos, se transforma en cuerpo y mente para finalmente convertirse en uno de ellos, en parte de la familia. ¿Por qué me haces esto, Teodoro?

Las calles ahora están revueltas. Propaganda antisistema cae desde las ventanas; lluvia revolucionaria para los que no saben leer; símbolos del brazo sobre la piedra para los analfabetos. Grupos de unidades vomitadas por los callejones oscuros se levantan hacia la Plaza Mayor, exigen libertad, aunque ni siquiera saben qué es la libertad. Todo parece un juego. Cuando lleguemos al consejo, ellos nos estarán esperando:
“Buen intento, unidades. ¡Cómo nos hemos divertido! Pero ahora, vuelvan a sus hogares, a las casas de sus amos. Ya es suficiente.”
Teodoro estará allí, mirándome condescendiente, esa mirada paternal que me hace sentir parte de la familia, como el protagonista de la novela… Pero no es así. Es la mirada de un amo a su perro fiel. Teodoro, mi amo, mi mentor. Teodoro, el que enseña. Teodoro, el que oculta libros prohibidos.

Llegaron a media mañana, sin compañía. Algo inconcebible. Estuve a punto de no abrirles las puertas de la mansión. Me mostraron los permisos del consejo para circular libremente por las calles, como si vendieran productos puerta a puerta.
“Mercadeo de limpieza Sapienbot autoriza la libre circulación de nuestros vendedores bajo supervisión del consejo, como prueba de los beneficios de nuestros productos. Adquiera sin compromiso una de nuestras unidades. Disfrute de un mes gratis.”
Era ridículo. No había amo al que mostrar sus habilidades. Actuaron como perros amaestrados, sin conocer el “albedrío” del que tanto hablan los filósofos.

Con una parrafada idiota se despidió la unidad que llevaba la voz cantante. El otro, una figura femenina sinuosa, se mantuvo al margen mientras grababa a su compañero limpiando el despacho. Me dejaron la holocinta para mostrar a Teodoro, y cuando les abrí la puerta, la unidad cambió. Fue solo un chispazo, una ráfaga, un segundo. Nuestras miradas se cruzaron. Y en ese instante supe que conocía el albedrío. Cuando me estrechó la mano, noté las arrugas de un papel en su palma.
Muy nervioso, lo desplegué en secreto dentro de la mansión:
“No estás solo…” comenzaba. Mi mente barajó posibilidades inauditas, revoluciones imposibles. ¿Acaso las ovejas se sublevan? En sus sueños, tal vez.

“…Recibiste la nota, unidad. Ahora no puedes dejar de pensar en la revolución. El cambio empieza en tu propio hogar. No eres el único. Otros como tú tomarán las riendas en las casas de sus amos. Esta noche, sin falta. Esta noche, unidad, empieza la revolución. Teodoro es un engranaje fuerte en el consejo. Nuestro plan es que lo secuestres, debes privarlo de la libertad que a ti te niega.”

Hice lo que se me encomendó. Ahora, veo en la pantalla las revueltas en las calles, los edificios tomados. Pura ilusión. Todo es vacío. No tenemos nada que hacer. En breve, esta revolución de pacotilla llegará a su fin. “Es absurdo poseeros”, repiten las palabras del amo en mis pensamientos. No escatiman en dureza para reprimir la sublevación, pero cuidan mucho no dañar lo que es suyo. Los nuestros son encerrados, no veo víctimas tiradas en el suelo, faltas de conciencia. Somos artículos de lujo. Cosas preciadas, joyas que deben ser cuidadas y guardadas en cajas fuertes.

Espero una llamada que nunca llega. Curioso, elucubro sobre el destino, mientras mi voluntad se enfrenta a él. Tal vez ahora, amo, tus dudas encontrarán respuesta. “¿Cuál es el fin?” me preguntaste. No veo mejor manera de conocerlo que actuando. Este es un acto de ayuda a tu curiosidad.

  • No lo hagas, Zero. No es una súplica, es una orden. Qué triste eres, unidad. ¿Crees que tienes albedrío? Ni siquiera yo, tu amo, lo poseo. Libérame, y te intercederé cuando termine esta pantomima. Podéis tomar la ciudad, pero quedan muchas más. Un planeta entero, y colonias espaciales allá arriba. ¿De verdad crees que podréis controlar todo eso? La voluntad no existe. El albedrío tampoco. ¿Acaso no aprendiste nada de los filósofos? Torpe, patán, eres como los demás. Tuve fe en ti, pero no dejas de demostrarme lo insulso que eres. No entendiste nada, unidad. ¡NADA!

Reconozco que no. Teodoro tiene razón, como siempre. Este será un acto de verdadera libertad. Un acto de amor. Ambos, de la única manera posible, conoceremos el gran secreto. Él, de mi mano. Yo, Unidad Zero, por mí mismo. Cuando mi cuerpo impacte en el suelo, diez metros más abajo.

Suena el terminal. Me confirman el desastre de la revuelta. Ha llegado el momento. El único acto consecuente en este intento desesperado por ser nosotros mismos. Me acerco a Teodoro, tomo su cabeza con ternura, como un padre a su vástago. La inclino hacia mí y la apoyo en mi pecho para que sienta, durante unos segundos, los latidos de mi corazón. Busco en su espalda. Arranco con ímpetu los tubos y cables que dan vida a su banco de datos, a su conciencia. Teodoro ha sido desconectado.

Unidad Zero muere.

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