Un émpata más







Las máquinas se ocupan de todo: el trabajo duro y las tareas de precisión, el tráfico y la economía, la educación y los modales. ¿Qué problema hay en llevar a mi hijo a que una de ellas le mire la cabeza por dentro? A veces no entiendo a mi compañera, sus reproches y la mirada siempre un paso atrás o dos adelante: nunca en el presente.
Solo el Pabellón de Juegos Salvajes, una pasión que nos une, me recuerda que es humana. Es un encanto contemplarla con el cabello revuelto, los ojos llenos de sangre y el calor que despide la arena ensangrentada reflejada en sus mejillas.

El chico no es normal. Esos ojos oscuros desarman a cualquiera que ose cruzarse con ellos. Yo mismo lo he comprobado miles de veces. Son ojos de animal, de bruto cautivo, y no de un hombre libre y apasionado como somos los demás.

Estoy esperando el diagnóstico, tranquilo, si acaso un pequeño tic de inquietud en la pierna derecha.

—Sr. Méndez —se dirige a mí el muñeco. Es una simulación de un antiguo psicoanalista, lo que sea que fuese aquello. Solo lo reconozco por referencias en programas de situación y comedia: perilla oscura que le atrapa la boca como un candado, gafas de pasta—. La situación de su vástago es preocupante. Diría que es un caso claro de filosocial agudo, rayando en la empatía más extrema.
—¿Puede describirme eso de una forma que yo lo entienda?
—Es sencillo. Su hijo, y no es el único caso, es un émpata. Recibe y dramatiza los sentimientos de los demás. Es capaz de colocarse "en la piel" de cualquiera. Una manifestación inquietante, Sr. Méndez. E incurable.
—Me es desconocido todo lo que me cuenta, doctor. No estoy dispuesto a mantener un espécimen de ese tipo en mi hogar. ¿Sentimientos? ¿De qué tipo?
—Caridad. Compasión. Fraternidad. Amor. ¿Sabe de lo que le hablo?
—Eso es lengua antigua. No soy capaz de seguirlo, doctor. Acabe con él cuanto antes y no se hable más.
—Eliminarlo es una solución. Una solución individual. Como le dije, no es el único caso. Esa tarea le corresponde a usted: es responsable de la mutación. La receta está expedida y no tendrá mayores problemas. Solo tiene que comunicarlo a Central. La hoja rosa es para mí, y la blanca para Central. No olvide entregarla o tendrá problemas… digamos, legales. Le aconsejo un sistema indoloro. Comprenda que individuos así no contribuyen al progreso. Son lacras sociales que nos impiden evolucionar.
—Lo entiendo perfectamente. El caso es que he invertido tiempo y dinero en este vástago. Tenía ciertas expectativas de futuro para él... y para nosotros, claro está.
—El gobierno puede compensarle económicamente, Sr. Méndez, pero no espere una cantidad desorbitada. Y ahora, disculpe: tengo otros pacientes que atender.

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